Catedrático de Relaciones Internacionales de la Complutense En San Francisco, en junio de 1945, cuando aún no habían caído las bombas nucleares sobre Japón, se construyó un edificio ilusionado. La Carta de las Naciones Unidas comenzaba expresando su deseo de "preservar a las generaciones venideras del flagelo de la guerra". Con este objetivo se diseñó un elaborado Capítulo VII: acción en casos de amenazas a la paz, quebrantamiento de la paz o actos de agresión. Solamente estaba legitimado para recurrir al uso de la fuerza el Consejo de Seguridad. El término guerra quedaba proscrito de las relaciones internacionales. Era el comienzo de un nuevo orden que ahora quiere ignorarse.

DE LA GUERRA FRIA AL

NUEVO ORDEN MUNDIAL

Desde entonces, la ONU ha tenido una vida muy azarosa; pero ha mantenido abierto un foro de discusión permanente. Hasta pudo sortear los tiempos difíciles de la guerra fría. No sólo se acomodó a la crisis de crecimiento de los países miembros producida por la descolonización, sino que incluso lideró el movimiento condenando el colonialismo. Uno de sus momentos de gloria se produjo en el año 1970, cuando, con la resolución 2625, definió y concretó los principios generales del derecho internacional.

En 1989 emerge un nuevo escenario mundial. La desaparición de la Unión Soviética y del sistema comunista europeo planteó unos retos absolutamente nuevos. La ONU y su Carta tenían un horizonte muy concreto: el orden universal surgido después de la segunda guerra mundial. Pero 1945 no tenía nada que ver con 1989. Era imprescindible adecuar la ONU a las nuevas relaciones internacionales. Una necesidad subrayada por el egipcio Butros Ghali, a la sazón secretario general de la ONU, encaminada a reformar la Carta y todos los organismos de la ONU, articulada en su Programa de Paz de 1992. Estados Unidos se opuso tajantemente a estos impulsos reformistas y vetó la reelección del egipcio, hecho insólito, hasta encontrar a un candidato al cargo, Kofi Annan, más amoldable.

LAS RETICENCIAS

DEL IMPERIALISMO

Como, a veces, falla la memoria histórica, es oportuno recordar que, en el pasado, EEUU jamás fue miembro de la Sociedad de Naciones Unidas, ya que su Congreso no ratificó la firma del presidente Wilson. Ausencia de la que siempre se resintió la organización ginebrina. Precisamente, el derecho de veto para los cinco grandes del Consejo de Seguridad fue la cláusula que impuso EEUU para ser miembro de la ONU, como salvaguardia de su soberanía.

Washington siempre ha desconfiado de los organismos internacionales. Su vocación imperial no tolera límites al ejercicio de su poder. Irak es sólo el capítulo de una historia que comenzó hace años. Una crónica jalonada por hitos muy significativos: fundamentalmente su negativa a ratificar el Protocolo de Kyoto y todos sus intentos de sabotear al Tribunal Penal Internacional. EEUU no quiere ver a ninguno de sus ciudadanos ante esta alta magistratura. ¿Significa ello que Washington no se siente obligado por los compromisos universales en materia de derechos humanos fundamentales individuales y colectivos?

La agresión a Irak, actuación ilegítima que carece de toda legalidad al situarse fuera del marco de las Naciones Unidas, hace a Estados Unidos y a los gobiernos cómplices de la ofensiva responsables de un ilícito internacional, es decir de un delito internacional.

MANIPULACION DEL

CONSEJO DE SEGURIDAD

Sin embargo, el comportamiento de EEUU ha tenido un componente aún más perverso. En los últimos meses, la diplomacia norteamericana ha tenido otro objetivo: arrancar del Consejo de Seguridad una resolución bastarda que convalidase su agresión. Incluso Washington pretendía una votación simbólica, ya que tropezaría con más de un veto; pero que, en su óptica, tuviese una valoración supuestamente democrática. Al no lograr reunir los ansiados nueve votos, EEUU renunció a su presentación y dio un trágico paso adelante. Acusar al Consejo de Seguridad de que no estaba a la altura de sus responsabilidades y asumir en solitario esta pretendida autoridad mundial. EEUU había fracasado en su intento de manipular y doblegar al Consejo de Seguridad.

Hasta el último momento, los países leales a las Naciones Unidas agotaron, aunque ya era tarde, todas las posibilidades. La sesión del martes 19 del Consejo de Seguridad, horas antes de comenzar la agresión, resultó patética. Los responsables de Asuntos Exteriores de la tríada de las Azores --EEUU, Reino Unido y España-- no se dignaron acudir. El Consejo se reunió nuevamente para oír a Hans Blix, jefe de los inspectores de desarme de la ONU, que renunció, por irrelevante, a presentar su último informe, absolutamente necesario para una valoración exacta del cumplimiento por parte de Sadam Husein.

UN FUTURO DIFICIL

PERO IMPRESCINDIBLE

¿Qué futuro aguarda a las Naciones Unidas? No será fácil que recupere su credibilidad, pulverizada por la actuación norteamericana y de sus comparsas. Sin embargo, reformada a fondo y adecuada a las circunstancias actuales, las del siglo XXI, sigue siendo una instancia internacional absolutamente imprescindible. Joshka Fischer ha sido muy claro: "El Consejo de Seguridad no ha fracasado. Debemos luchar contra este mito". Y el Ministro francés de Asuntos Exteriores, Dominique de Villepin, fue de una claridad encomiable: "¿Para qué estamos aquí? Para reafirmar colectivamente la responsabilidad de las Naciones Unidas en este momento tan trágico".

La guerra terminará un día. A la mañana siguiente sonará otra vez la hora de las Naciones Unidas. Habrá que reconstruir lo vesánicamente destruido. En esta labor de reconstrucción no sólo física, sino también política y democrática, será el turno de la ONU. Pero un organismo no manipulado que no sólo asuma los costes económicos de la operación, sino además los políticos. Unas Naciones Unidas que se decida a proscribir definitivamente las guerras y no admita los delitos amenazadores de las guerras preventivas.

Urge, pues, salvar a la ONU, respaldada férreamente por los gobiernos amantes de la paz y del orden internacional contra los que forman el frente de la guerra, en el que, por desgracia, figura el Gobierno de España. Aquellos que asuman este compromiso saben que cuentan con lo más importante, con el apoyo unánime de toda la opinión pública mundial.