Formalmente, socialistas y populares niegan que afronten estas elecciones como si fueran unas primarias de las próximas generales. Pero en su fuero interno así las conciben, y no les faltan razones: históricamente, el partido que ha ganado en número de votos en las locales siempre se ha impuesto en las legislativas, que suelen disputarse meses después. Así, esta noche José Luis Rodríguez Zapatero y Mariano Rajoy estarán tan pendientes del escrutinio como si lo que estuviera en juego fueran las llaves de la Moncloa.

100.021 papeletas. Esa fue la ventaja que el PSOE cobró sobre el PP en los comicios del 25 de mayo del 2003, si bien los ediles populares fueron 1.323 más que los socialistas. Aquella noche, tanto el presidente José María Aznar como el aspirante Zapatero pudieron cantar victoria. En pleno declive --la huelga general, el Prestige y el clamor social contra el apoyo del Gobierno a la guerra de Irak--, Aznar se había volcado en la campaña, echándose el partido a las espaldas y maquillando una derrota que se preveía más rotunda. Y Zapatero, en su primera contienda en España al frente del PSOE, le había ganado el pulso a un PP cuyo líder se batía en retirada sin ungir al sucesor.

Solo diez meses después, la regla de oro de la democracia española se reveló infalible: el PSOE ganó las generales del 14-M, bien que espoleado por una histórica movilización electoral consecuencia del rechazo de los votantes a las mentiras del PP tras la masacre del 11-M.

Ahora, el PP pretende que se repita la historia, pero al revés. Tras promover las manifestaciones contra el diálogo con ETA, Rajoy se ha propuesto que el fallido proceso de paz sea para Zapatero el mismo baldón que la guerra ilegal de Irak para Aznar.

"Aspiramos a obtener más votos y más concejales que en el 2003, y también a gobernar en más autonomías". Esa es la meta para el jefe de la campaña socialista, José Blanco. Porque, de cumplirse sus deseos, el PSOE podrá presentar el 27-M como la sexta derrota electoral consecutiva de Rajoy, incluyendo el referendo del Estatuto catalán.

Rajoy sueña con ganar en votos, pero le bastaría con acortar la ventaja socialista de 100.000 papeletas para proclamar que la era Zapatero toca a su fin. Las autonomías, algunas pendientes de pactos poselectorales, no serán un baremo tan fiable para proclamar al vencedor.