El próximo Papa será el resultado de un compromiso entre las diferentes tendencias de los 117 cardenales electores. El resultado final constituirá una síntesis de criterios que va mucho más allá de la dicotomía entre conservador y progresista.

¿Deberá ser italiano o extranjero?, ¿aperturista o conservador?, ¿wojtylista o rupturista? Como las hojas de una alcachofa, las preguntas surgen a medida que se avanza: ¿se introducirá más democracia y descentralización dentro la Iglesia con la incorporación de los obispos en el gobierno central? ¿Se reformará de arriba abajo la misma Iglesia para adaptarla a la modernidad, lo que comportaría retomar las decisiones del Concilio Vaticano II ignoradas por Juan Pablo II? ¿Qué pasará con la posible reunificación del catolicismo con las iglesias ortodoxas, lo que implicaría revisar el papel y la forma en que se ejerce el papado desde Roma? ¿Qué aperturas o reafirmaciones hay que tomar respecto a asuntos sexuales como la readmisión de los divorciados católicos, los anticonceptivos, la homosexualidad activa, el matrimonio de los curas y el sacerdocio de las mujeres?

NEGOCIAR Entre los 117 cardenales electores no hay ningún grupo homogéneo que cuente con los dos tercios de votos necesarios al principio para proclamar a un Papa. De manera que, a partir de mañana, a medida que lleguen a Roma, los cardenales empezarán a reunirse informalmente, se tantearán, hablarán, discutirán sobre todas las cuestiones. El resultado será que, antes de entrar en el cónclave, ya habrán alcanzado un principio de compromiso sobre el programa de gobierno del nuevo Papa. Después, en la Capilla Sixtina, buscarán al candidato ideal para aplicarlo.

Si se deciden por un papa manager, que dé la vuelta a la Iglesia con la garantía de una equilibrada moderación, está el intelectual ambicioso Angelo Scola, patriarca de Venecia. Si no se atreven a tanto y lo quieren todavía más moderado, está el cardenal de Milán, Dionigi Tettamanzi. Si no se ponen de acuerdo sobre el rumbo, pueden replegarse sobre un papa anciano, como el jubilado Silvano Piovanelli, que daría tiempo a pensar mejor el futuro (aunque este candidato podría reservar sorpresas, como sucedió con Juan XXIII). Si predominase la ortodoxia pero también la geopolítica (Europa como símbolo y centro), podrían optar por el austriaco Christoph Schönborn.

Si además de un programa quisieran dar también una señal de novedad, como lo fue Karol Wojtyla, pueden recurrir a Latinoamérica. Allí está la opción de coraje que representarían el franciscano Claudio Hummes, de Sao Paulo, y el hondureño Oscar Andrés Rodríguez Madariaga.

Un papa negro, como el nigeriano Francis Arinze, no es viable al tratarse del único candidato africano que aparece en los pronósticos. Un papa chino resulta demasiado prematuro. Si la opción es un cardenal asiático, se cita como papable al diplomático Ivan Dias, de Bombay, aunque no parece una opción de peso. Por tradición, un jesuita no puede ser Papa, por lo que José María Bergoglio, de Buenos Aires, lo tiene difícil. Los bookmakers irlandeses dan a Tettamanzi 5 a 2 y a Maradiaga 4 a 1.

Para el cardenal Walter Kasper, el próximo Papa "deberá ser, en primer lugar, simpático y no importa de dónde venga". Madariaga ha subrayado que deberá ser "un gran líder espiritual para todo el mundo".