Ilimitado. Así es el objetivo de proyección mundial del poderío de Estados Unidos que el reelegido presidente norteamericano, George Bush, anunció ayer a sus más fieles seguidores, en el Centro Reagan de Washington y bajo una gigantesca W con la que le identifican sus incondicionales, tras obtener una indiscutible victoria sobre el aspirante demócrata, el senador John Kerry.

"No hay límites para la grandeza de América", proclamó Bush ante una muchedumbre enfervorizada que le interrumpió con aplausos y aclamaciones en cuanto pronunció las palabras "Irak" y "Afganistán". Pocos segundos antes había advertido: "Libraremos esta guerra contra el terrorismo con todos los recursos a nuestra disposición".

En el panorama internacional, la reválida de la estrategia unilateral e intervencionista de Bush --incluida la guerra preventiva --, y la presencia a su diestra del vicepresidente Dick Cheney, el más implacable halcón de su Administración y el abanderado de la invasión de Irak, garantiza, según los analistas, una futura política exterior sin concesiones.

FRACTURA INTERNA El triunfo electoral de Bush también acentuará la profundísima fractura cultural e ideológica que divide a la sociedad estadounidense, puesta de manifiesto en las elecciones del 2000 y que se ha agudizado pese a la barbarie terrorista del 11-S y los horrores de dos guerras consecutivas.

Con su victoria arrolladora (una ventaja superior a los 3,5 millones de votos), Bush se ha convertido en el candidato a la presidencia de EEUU que más sufragios ha conseguido en toda la historia (59 millones), y ha validado ante los norteamericanos su estrategia abiertamente ultraconservadora. Porque no sólo ha superado la falta de legitimidad que le supuso ganar la Casa Blanca con menos apoyo popular que Al Gore --y recibir la llave del Despacho Oval por la decisión del Tribunal Supremo de interrumpir el recuento de los sufragios en Florida--, sino que también ha propulsado a su partido a una poderosísima mayoría en el Senado y a un aumento de su ventaja en la Cámara de Representantes.

DOMINIO DEL CONGRESO El triunfo presidencial incluso barrió al líder demócrata del Senado, Tom Daschle, quien pagó su firme oposición a la política extremista de Bush convirtiéndose en el primer jefe de grupo senatorial que pierde unas elecciones en medio siglo. Así que el análisis de los medios de comunicación norteamericanos fue que "los votantes, en la era del terrorismo, parecen haber abandonado su preferencia de los años 90 por un Gobierno dividido y le han dado al Partido Republicano un mandato inequívoco, aunque sea por escasa diferencia" de votos, en palabras del diario The Washington Post .

"Somos claramente una nación dividida" explica John Pitney, profesor de Ciencias Políticas en la californiana Facultad Claremont McKenna, pese a que los resultados en Florida y Ohio, así como la fortaleza republicana en el Congreso inclinan la paridad en favor del partido de Bush. Según Scott Reed, jefe de la campaña del candidato republicano Bob Dole en 1996, fue el voto evangélico cristiano el que "disparó el número" de sufragios en favor de Bush.

Ahora, el mayor riesgo es que la victoria "sea considerada por muchos miembros de la Administración de Bush como una legitimación de su política y un mandato para continuarla", estima Joseph Cirincione, de la fundación Carnegie de Washington, quien teme que los halcones neoconservadores pretendan "aprovechar su éxito para dar una nueva vuelta de tuerca a su política" ultraderechista.

Los congresistas republicanos están ahora capacitados para arropar desde el Capitolio una nueva y reforzada fase de los planes extremistas de Bush, quien ya no se verá constreñido por el objetivo de obtener otra victoria electoral, puesto que ya no puede ser reelegido. Ahora tiene su gran oportunidad de pasar a la historia definitivamente, aunque eso ya lo había logrado.

Después de que Kerry asumiera públicamente en la tarde de ayer su ajustadísima derrota en el estado de Ohio, el presidente norteamericano queda también con las manos libres para imponer su ideología neoconservadora en todos los capítulos de la política interior de EEUU. Como ha prometido, ampliará las rebajas de impuestos que benefician sobre todo a las clases más favorecidas, promoverá a jueces ultraderechistas en el Tribunal Supremo --que muy pronto puede empezar a revocar los avances judiciales progresistas del último medio siglo-- e incluso impulsará cambios en la Constitución que satisfagan a los integristas religiosos, como la prohibición de uniones homosexuales.

En su discurso de la victoria, Bush subrayó que se guiará por "los más profundos valores morales y de fe" religiosa que comparte con los evangelistas renacidos (como él) que suman entre un tercio y el 40%.

Sin embargo, si no da nada a cambio a la mitad de los estadounidenses (los otros 56 millones de electores), a los que aterra ese fundamentalismo, su último mandato llegue a ser el más conflictivo de la historia del país.