A Vicente del Bosque, que le han criticado tantas y tantas cosas (y le seguirán criticando), le corresponde el honor de la victoria sobre Portugal que coloca a España en cuartos de final donde se enfrentará el sábado a Paraguay en el Ellis Park de Johannesburgo. A Del Bosque y a Villa, un goleador infalible que se merendó a Cristiano Ronaldo y, de paso, a Portugal, una selección que dio la sensación de estar solo de paso en Africa.

A Del Bosque, porque agitó al equipo con la decisiva entrada de Fernando Llorente, un tipo sin nombre, cuando se consumía tras una hora de mucho balón y poco fútbol. A Del Bosque y a Villa porque España se encuentra con el camino despejado después de un Mundial tortuoso donde sigue sin verse su mejor versión. Pero allí donde no llega aquel fútbol moderno y coral aparecen piezas inesperadas, Llorente, y delantero fieles, Villa, escoltados por defensas fieros (Puyol) y listos (Piqué) para descubrir el camino más despejado hasta semifinales.

Nada está hecho todavía, pero Del Bosque ya tiene algo que exhibir. Cuando España se estrellaba, una y otra vez, contra el muro de la portería de Eduardo, el poco ortodoxo pero eficaz meta luso, miró al banquillo, sacó a un gigante y le puso a combinar con los enanos, o sea, con Xavi e Iniesta. A partir de aquí, coser y cantar. El cambio del cambio. La nueva vía de una selección que se sigue explorando en busca de esa identidad que parece perdida. Hasta que la encuentre, ya está en cuartos de final.

Y Del Bosque, aunque no lo diga, ya ha superado a Luis. No, no tiene ninguna Eurocopa. Pero Del Bosque ha superado la barrera de los octavos con la que se estrelló Aragonés en el Mundial de Alemania 2006. Por eso España se ha liberado de un Mundial angustioso en que nunca ha estado cómoda del todo. Ni siquiera ayer cuando Portugal le dio el campo, le entregó casi la pelota y se refugió en las manos de Eduardo.

Llegado ese momento, y tras barruntar un par de cosas, consciente de que su equipo se estaba diluyendo, Del Bosque tomó la decisión del Mundial. De momento, por supuesto. Sacó a Torres, o a ese jugador que lleva la camiseta de Torres, puso a Llorente y, de repente, Portugal empezó a preguntarse quién demonios era ese tipo alto, espigado y potente, rubio él y de ojos claros, que no tiene la pinta del vasco tradicional. Tampoco lo es. Fernando Llorente es riojano.

España inicia su asalto a Paraguay, una sorprendente selección que se colocó en cuartos tras batir a Japón en la tanda de penaltis. La Roja tiene tiempo para saborear su trabajado pase a cuartos.

ARGENTINA O ALEMANIA Tras empezar con mal pie el Mundial, La Roja mira al horizonte y cruza los dedos para no fallar el sábado y plantarse, por vez primera, en una semifinal del Mundial, lo que sería una gesta. Al fondo del camino le aguarda la Argentina de Messi (aún no ha marcado ni un gol) o la refrescante Alemania de Löw, un ejemplo de que el músculo forma parte del pasado.

¿Y el juego de España? No está siendo el que se esperaba. Ni mucho menos, entre otras razones porque Torres no está --¡suerte que salió Llorente!-- y Xavi, poco a poco, empieza a asemejarse al verdadero Xavi. ¿El carácter? Ha tenido y mucho. Se puso de pie con entereza tras la bofetada suiza, sostenida siempre por la puntería de Villa (cuatro goles) y la chispa de Iniesta (un tanto).

Ahora, cuando se entra en los días finales en Africa, España tiene la oportunidad de terminar con tanta depresión acumulada en un siglo de Mundiales. Si gana a Paraguay el sábado, habrá hollado el primer Everest.