Los 660 millones del gordo de Navidad 2016 han caído en la administración de Agustín y María José, unos hosteleros a los que la crisis les obligó a reciclarse como loteros en Madrid. Lo hicieron en el paseo de la Esperanza, en pleno distrito de Arganzuela (clase media alta). Su oficina se había quedado con todo el 66.513, aunque para la fortuna de algunos barceloneses diez series y sus correspondientes 40 millones viajaron al Raval por un acuerdo entre loteros.

Uno de los motivos de quedarse tanto afán acaparador es que tenían un cliente fijo que lo quería sí o sí: una residencia pública de ancianos que se ha convertido en el símbolo de la buena suerte. «¡El gordo acaba en trece!» Al oír el grito de alerta, ancianos y trabajadores de la residencia Peñuelas se arremolinaron ante la televisión.

Lo que ocurrió después de escuchar cómo los niños de San Ildefonso repetían «66.513» cualquiera se lo puede imaginar. «De repente todo el mundo ha empezado a gritar y abrazarse. No nos lo podíamos creer. Casi todos llevamos el número, trabajadores y residentes», contaba Cristina, la trabajadora social que mostraba con la misma alegría su décimo premiado y su avanzado estado de gestación.

DESDE EL 2002 / Ella ha sido siempre la encargada de gestionar la compra y recuerda perfectamente cómo juegan el mismo número desde que la residencia abrió sus puertas en el 2002. Se lo han llevado los 220 residentes, muchos de los ancianos que acuden al centro de día y los trabajadores hasta totalizar unos 350 agraciados, aunque algunos sólo llevan participaciones. Tras un cálculo rápido llegamos a la conclusión que al centro le han caído unos 80 millones de euros.

«La verdad es que ha sido una alegría enorme porque nos viene bien a todos», explicó la directora, Carmen Fernández. «Los salarios aquí no son precisamente altos y el perfil de los residentes, ya os podéis imaginar. Es una residencia financiada totalmente por la Comunidad de Madrid, los ancianos no pagan nada porque no tienen recursos. A mucha de la gente le hacía muchísima falta una cosa así», añadió con el único rostro serio que se podía encontrar en el centro mientras resonaban las llamadas de los empleados a sus familiares. «Rosa, me ha tocado el gordo», gritaba Juan en la puerta. Y así hasta el infinito.

«PARA MIS HIJOS» / ¿Quiénes saben perfectamente lo que harán con el dinero? Los trabajadores, no mucho. La mayoría, como la misma Cristina, reconocieron que no han tenido ni «tiempo para pensarlo». Algunos hablaban de las hipotecas y los agujeros de siempre. Pero quienes más claro lo tienen son los ancianos. Todos respondían lo mismo: «será para mis hijos».

Unos hijos como los de Juan Sáinz, postrado en su silla de ruedas, que aún no había tenido aún tiempo ni de avisarlos. «Estoy muy contento por ellos. Llevo un décimo entero. Pero yo ya no necesito nada. Tengo una paga de funcionario y aquí lo tengo todo». Tiene 93 años. Apenas se le entendía. Me pidió que llamara a un cuñado para dar la noticia a la familia pero este no descolgaba. Seguro que la familia no tardará en ir a abrazarlo.

Pepa, una mujer de 92 años, mostraba su felicidad porque «no tenía nada para dejar a mi familia y ahora sí». Compró tres décimos, 1,2 millones de euros, que compatirá con dos hijos, seis nietos y nueve bisnietos.

Como en todas las residencias de ancianos, los hay que se encuentran en peor estado. Un mujer había confundido un boleto de una tómbola del centro con el décimo premiado y se puso a reclamar a voz en grito. Los trabajadores están acostumbrados a lidiar con este tipo de situaciones. «Tiene alhzeimer, qué le vamos a hacer. Luego se calmará, no pasa nada», explicaba Valentín, el recepcionista, que fue el que dio la alerta al llamar eufórico por su cuenta a una emisora de radio.