Si sumáramos en una sola localidad la población de los 65 municipios extremeños con menos vecinos, tendría 13.132 habitantes y seguiría siendo más pequeña que Villafranca de los Barros (13.224 vecinos). Para alcanzar a Villanueva de la Serena (25.992 almas), habría que ampliar el listado al centenar de municipios; y para llegar a Cáceres capital (95.814), se tendría que considerar a más de la mitad de ellos (204 de un total de 388).

La Comisión de Despoblación de la Federación Española de Municipios y Provincias (FEMP) ha publicado recientemente Población y despoblación en España 2016. La frase que subtitula este estudio: El 50% de los municipios españoles, en riesgo de extinción, es ya un adelanto de cuál es el panorama que dibujan sus conclusiones. En Extremadura puede que el problema no alcance de momento la misma gravedad que en otras provincias españolas como Cuenca, Soria o Teruel, pero la tendencia es muy similar. «La despoblación del medio rural es una cuestión de Estado», se afirma desde la Femp.

Más de la mitad de los municipios extremeños (210) no pasan de los mil habitantes. Son 24 más de los que había al iniciar el siglo. En aquel momento, año 2001, había un único pueblo en la región con menos de cien habitantes, El Carrascalejo. De acuerdo a las cifras del INE, el año 2016 arrancó con otros seis pueblos extremeños en esa misma situación (Campillo de Deleitosa, Ruanes, Benquerencia, Cachorrilla, Garvín y Robledillo de Gata). En el caso de los que sí superan los cien vecinos pero no el medio millar, el incremento ha sido también significativo, pasando de 89 a 108. Si se juntan unos y otros, ya suponen un 29,6% de todos lo municipios extremeños.

En España, los núcleos con más población son las que mejor resistieron el retroceso demográfico registrado entre el 2015 y el 2016, que llevó a perder 67.374 habitantes en todo el país, 5.219 de ellos en Extremadura. En esta línea, cinco de los siete municipios extremeños más poblados, que en conjunto reúnen a un 40% de los habitantes de la región, consiguieron engrosar el padrón, aunque fuera de forma exigua. De este grupo solo Plasencia y Villanueva de la Serena tuvieron un saldo negativo.

PUEBLOS SIN NIÑOS

El informe de la Femp habla de una cada vez más preocupante situación en las áreas rurales a causa del éxodo de sus habitantes y de la falta de renovación generacional. En Extremadura existen once municipios sin niños por debajo de los cuatro años (Benquerencia, Capilla, Campillo de Deleitosa, Cachorrilla, Descargamaría, El Carrascalejo, Robledillo de Gata, Ruanes, Salvatierra de Santiago, Santa Ana y Santa Marta de Magasca). En tres de ellos (Benquerencia, Campillo de Deleitosa o Cachorrilla), no hay ningún niño que esté por debajo de los nueve años. En los dos primeros casos, de hecho, a 1 de enero del 2016 los empadronados más jóvenes tenían 22.

Si la edad media de los habitantes de Extremadura en el 2016 fue de 43,5 años, algo por encima de la nacional, que fue de 42,7 años, en ocho pueblos se superan los sesenta años y en 149 se promedia más de medio siglo. De acuerdo al análisis del padrón realizado por el Instituto de Estadística de Extremadura, seis de cada diez pueblos extremeños (232) pueden considerarse muy viejos, ya que en ellos la población de 65 o más años tiene un peso superior al 25% de los registrados, mientras que otras 89 localidades son viejas, con una proporción para este tramo de edad que oscila entre el 20% y el 25%.A la cabeza de las localidades extremeñas más envejecidas está Campillo de Deleitosa, con una edad media de 72,8 años. Es también la que menos nombres tiene en su padrón. La cifras del INE le dan 51 habitantes a este pueblo de Los Ibores, una treintena menos que las que manejan en el ayuntamiento o las del censo electoral. «Estamos intentando casar el censo con el empadronamiento, porque aquí ha ido cada uno por su cuenta», cuenta Francisco Javier Rivero, auxiliar administrativo de este consistorio. «Hay gente que está empadronada y no vive en Campillo, están en Madrid o Cáceres; y gente que está aquí prácticamente todo el año y no están empadronados», aduce para justificar una discordancia que, matiza, se arrastra ya desde hace varias décadas. A su juicio, con «un 80% o un 90%» de los vecinos por encima de los setenta años, lo de este municipio no es riesgo de extinción, es ya una «certeza». «Es algo que está asumido perfectamente, que [este pueblo] no tiene futuro».

Uno de los culpables de esta situación, indica, es «el minifundismo extremo» de su término municipal, parcelas pequeñas que además son de sierra, lo que hace poco viable la actividad agrícola. «Hoy por hoy lo único que sirve algo de alivio es la aceituna, que se coge algo», arguye. Porque, por lo demás, «el campo está abandonado. Ahora mismo solo vive de él un vecino que tiene unas 2.000 ovejas en extensivo».

DE ARGENTINA A FRANCIA/ A mediados del siglo pasado, el padrón de Campillo de Deleitosa llego a estar por encima de los seiscientos habitantes. Y eso que ya antes, en la década de los veinte, no pocos habían tenido que irse del pueblo a buscarse la vida, en muchos casos a Argentina. «De vez en cuando sus nietos todavía vienen a visitar el pueblo», resalta Rivero. Fue a partir de los sesenta cuando la emigración se acentuó. En «un 80%» su destino fue Francia, «la mayoría a la zona de París y Orleans, y algunos a Marsella». De allí proceden varios de los jubilados que ahora residen en el pueblo. Algunos lo hacen todo el año, otros comienzan a llegar conforme lo hace el buen tiempo para pasar en él largas temporadas. «El tema es que la gente que podía tener iniciativas, emigró. Y el que está aquí, no está ya para tomar ningún tipo de iniciativa», sentencia. A su juicio, «la única» posibilidad de desarrollo económico para Campillo es el turismo rural. En esta localidad, nace la Ruta de las Herrerías, que gira en torno a un impresionante acueducto de varios kilómetros. «Viene mucha gente por aquí ahora porque lo cierto es que tenemos unos parajes muy bonitos», apostilla Rivero. Además, este año han conseguido abrir un hogar del pensionista. «Al menos cuando la gente viene tiene un sitio donde parar, antes no había nada».

En Benquerencia están censadas 79 personas, aunque realmente hay viviendo «53 almas», aclara su alcalde, Alberto Buj. La edad media es de 59 años. De los que realmente residen en el municipio, «no creo que haya ya ninguno por debajo de los 30», precisa. «Hay un par de chicas que están estudiando en Cáceres pero que igual vienen solo una o dos veces al mes», añade. También aquí con la primavera comienzan a venir mayores emigrados para pasar varios meses en su pueblo natal. Y cuando llega el verano, la población «llega a triplicarse».

En esta localidad cacereña colegio dejó de haber hace ya muchos años —«Los que superan los 30 ya iban en autobús a Montánchez y a Torremocha a estudiar», recuerda—, y el médico pasa consulta lunes y jueves, durante dos horas. En la localidad hay casa rural —«muy bonita», incide Buj—, y un hogar del pensionista, «que es el que hace un poco las funciones de bar». También cuentan con un salón social donde se organizan «eventos» y actividades de ejercicio físico, con una monitora que proporciona la mancomunidad.

«Este pueblo yo creo que tendría porvenir si se acometiera una política de vivienda diferente por parte de quien le corresponde», sostiene Buj. «Porque solicitudes para venir a vivir en el pueblo sí que hemos tenido. Llamadas de gente interesada o parejas jóvenes que han venido desde Cáceres, lo que pasa es que no les puedes dar facilidades para vivir aquí», lamenta. A favor de esta localidad, subraya su cercanía a Cáceres —poco más de una treintena de kilómetros— y la calidad de vida que ofrece. «A la gente que viene, esto le gusta», resume. Además, apostilla, «Yo no conozco a nadie aquí que, queriendo trabajar, no trabaje».

Con 188 empadronados, Capilla es el cuarto municipio con menos censados de la provincia de Badajoz. «Más del 50% son personas a partir 75 años», señala Alfonsa Calderón, su alcaldesa. Aquí la emigración fue a parar sobre todo a Madrid y Barcelona dejando su población en poco más de una quinta parte del máximo que llegó a alcanzar. Ahora, la época en la que más bullicio hay es en Semana Santa, cuando «se pone el pueblo llenito», coincidiendo también con la fiesta de los quintos, que «aquí se celebra mucho».

El resto del año, apenas hay niños, lo que llevó a prescindir del colegio «hace cuatro o cinco años». Desde entonces, los menores se desplazan en autobús hasta Peñalsordo, a menos de tres kilómetros, para recibir clase. Eso es hasta sexto de primaria. Posteriormente, toca ir a Cabeza del Buey. En el lado positivo, Calderón resalta que en los últimos años se han venido a vivir a la localidad varias parejas jóvenes. Hace tres llegó una con dos niños —la menor, de siete años, es la benjamina del pueblo—; a ella le siguió otra el año siguiente, también con un hijo pequeño. Y hace apenas un mes, otro matrimonio joven más. «Es una alegría que haya gente que se venga a vivir de la ciudad a un pueblo tan pequeño», indica.

«Pequeñito» pero, destaca, «en el que no se vive mal». «Tengo esperanzas de que el pueblo no desaparezca. Estoy tratando de motivar a la gente, de darles trabajo», asegura. Porque en Capilla el ayuntamiento es el principal empleador. Para él trabajan la mayoría de los vecinos en edad laboral. Lo hacen habitualmente con contratos de tres o seis meses, con el fin de que el dinero que ingresa el consistorio pueda llegar a todo el mundo. Lo que no impidió, remarca, que se acabara el año pasado con «superávit».