En la carrera política de Sadam Husein, hay un antes y un después del 22 de julio de 1979. Aquel día, Sadam reunió a los miembros del Consejo del Mando de la Revolución y a destacados dirigentes del partido Baaz en Bagdad. Allí, uno de sus hombres de confianza anunció que se había descubierto una conspiración. Entre exclamaciones de sorpresa y temor, los nombres de 66 supuestos oponentes, presentes en la sala, fueron nombrados uno a uno y arrestados. El dictador se acercó al micrófono, dejó caer unas lágrimas, y mencionó por su nombre a uno de los acusados. Mientras el presunto disidente proclamaba desesperadamente su inocencia, Sadam sólo repetía: "Fuera, fuera". Todo fue grabado en vídeo en un siniestro blanco y negro y distribuido posteriormente al país.

En el verano de 1979, Sadam se acababa de convertir en el hombre fuerte de Irak, después de que su tío Ahmed Hasan al Bakr fuera defenestrado de la jefatura del Estado. Y con el golpe de efecto de Bagdad, el dictador demostró cuál iba a ser su forma de gobernar: gestos teatrales cuidadosamente orquestados para aterrorizar al oponente y disuadirle de diseñar complots.

En los informes del espionaje de EEUU, Sadam es descrito como "un maníaco depresivo, con un cuadro clínico psicótico". Según una investigación del periodista Gordon Thomas, el espionaje británico afirma que el exdictador tiene pavor a estar lejos del agua, fuente de poder y de vida en su desértico país. Alterna estados de gran excitación mental e hiperactividad con periodos de melancolía.

El arte de la intriga

Sadam nació en Al Uja, una aldea cercana a Tikrit, a 150 kilómetros al norte de Bagdad, hace 66 años. A los 10, según algunos testimonios no confirmados, no sabía leer, pescaba en el río con dinamita, pero sí había recibido de su ambiciosa familia la debida instrucción en el arte de la manipulación y de la intriga. En la escuela de secundaria de Tikrit, aún se conservan sus calificaciones: Buenas notas en historia y árabe, pero puntuaciones mediocres en idiomas extranjeros. Se dice que fue en la secundaria cuando oyó hablar de las hazañas de Saladino, el caudillo kurdo nacido también en Tikrit que luchó contra los cristianos y les expulsó de Jerusalén en 1187. Y es que el dictador se percibía a sí mismo como un nuevo Saladino que liberaría la mezquita de Al Aqsa y expulsaría a los judíos de la ciudad santa.

Las guerras que lanzó contra los estados vecinos en los 80 y 90 acabaron con sus ambiciones de convertirse en el caudillo de la nación árabe humillada por Israel. Primero inició, instigado por EEUU, una sangrienta guerra de ocho años contra el régimen iraní, entonces principal enemigo de Washington. Luego, arruinado, dirigió su mirada contra Kuwait. El 2 de agosto de 1990, Irak invadió el rico emirato, de donde sería expulsado por una coalición militar internacional liderada por EEUU.

Líder malherido

Fue entonces cuando Sadam pasó de aspirante a caudillo a caricatura de dictador. Derrotado, aislado internacionalmente por un feroz embargo económico que le impedía exportar petróleo, el líder malherido se dedicó a vivir en sus palacios, a hacerse traer comida y marisco fresco en avión, a ordenar que se filtrara cuidadosamente el agua de sus piscinas para no ser envenenado y a diseñar estrategias para seguir en el poder.

Seguía reprimiendo con sangre la disidencia, como en 1995, cuando ordenó ejecutar a Husein Kamel y Sadam Kamel al Majid, sus yernos que le habían traicionado, huyendo a Jordania con sus hijas Rana y Raghad. Pero, al fin del milenio, Sadam ya no amenazaba a nadie y el pulso que inició en 1990 con EEUU al invadir Kuwait acabó ayer con su detención.