Compra y sé feliz. He aquí el problema. Una sociedad materialista empeñada en señalar que el camino hacia la felicidad es el consumo, sumado a la facilidad y rapidez del comercio online, ha desencadenado lo inevitable: el auge de las compras compulsivas, un trastorno que, aunque aún no ha llegado al vademécum de la salud mental (el DSM5), es considerado como tal por los expertos. Susana Jiménez Murcia, responsable de la Unidad de Juego Patológico del Hospital Universitario de Bellvitge, departamento de referencia en la ludopatía y otras adicciones, lanza la voz de alarma: «Los datos son preocupantes, sobre el 6% de la población sufre compra compulsiva y en los jóvenes y adolescentes el porcentaje ha subido ¡hasta el 30%!». Hay que echarle el freno, pues, a este mundo que «prestigia la posesión» antes de que ese espectacular incremento en la franja juvenil lo convierta en pandemia.

El incontrolable impulso de comprar está asociado a «estados emocionales negativos vinculados a trastornos de depresión, estrés y ansiedad», explica la doctora Jiménez. Buscan alivio en el shopping y han encontrado un monstruoso aliado: internet. «Hay pacientes que ya solo compran online; es una vía más rápida y fácil para esas conductas, con acceso las 24 horas desde casa. Hasta ahora lo frecuente era la compra presencial, les gustaba ver y tocar el producto».

Según los estudios epidemiológicos, el grupo más afectado es el de las mujeres (70%) a partir de 35 años. Pero nadie se libra de la patológica tentación. Los hombres en vez de trapitos o zapatos a lo Imelda Marcos se vuelcan en las tecnologías, los coches... «Si no pueden cambiar de vehículo, van renovando las ruedas, parachoques, todas las últimas novedades», concreta el psicólogo Jorge López Vallejo.

El comercio en la red conlleva otras circunstancias agravantes: las compras se aceleran entre las 11 y 12 de la noche, «cuando la persona tiene pocas defensas, anda medio dormida, es más impulsiva y reflexiona menos», aporta Albert Vinyals, doctor en psicología del consumo.

No todos los enfermos potenciales llegan a la consulta. Solo acuden cuando el trastorno produce graves conflictos económicos, familiares, psicológicos... incluso penales. «Llegan a mentir, a esconder las compras, a cometer delitos, endeudan a la familia... Son conductas con gran impacto en la vida cotidiana. La abstinencia les genera gran inquietud; se observan relaciones con la adicción al juego», explica Jiménez. La buena noticia, ilustra, es que la terapia es efectiva: a los 12 meses el 54% de los pacientes logran curarse. Aunque también se producen recaídas y la adicción, como sucede con las drogas, crea tolerancia. Es decir, cada vez se necesita comprar más para lograr la satisfacción buscada.