De no ser por los policías y los ciclistas, el aspecto de las puertas del Congreso habría sido el de todos los días. Policías los hay siempre, pero ayer había muchos más. Los ciclistas eran unos 100, de la Confederación General del Trabajo (CGT), y con sus pancartas --una de ellas revelaba una notable amplitud de miras a la hora de repartir evacuaciones: Me cago en Aznar, me cago en Zapatero, me cago en Bin Laden y en Wall Street, rezaba--, se apostaron al mediodía frente a los leones de la Cámara baja para entonar cánticos como "¡En este lugar gobierna el capital!".

Entonces se vivió uno de los escasos momentos de tensión en el perímetro parlamentario. Un policía le dijo a un manifestante que se marchase, este le dijo que no, el agente le pidió la documentación y el ciclista le dijo otra vez que no. El policía le empujó un poco y fue rápidamente apercibido por un superior:

-- "Oye, invitamos a la gente a que se vaya, pero no los empujes".

-- "Ya, pero les decimos que circulen, les pedimos el carnet y no lo hacen. ¡Todo es una mierda! ¡No podemos hacer nuestro trabajo!".

Los ciclistas circularon.

Dentro, en el hemiciclo, en los pasillos, en los despachos y en el patio del Congreso, todo era distinto. Allí no había huelga. Perdón: casi no la había. Solo el 5,98% de la plantilla del Congreso y el 7,75% del Senado (funcionarios y personal laboral) se sumó al paro. Entre los políticos, ni eso: siete diputados (Ridao, Tardà y Canet, de ERC; Herrera y Llamazares, de IU-ICV; y Jorquera y Olaia Fernández, del BNG). Es decir, solamente el 2% de los representantes en la Cámara baja secundaron la huelga.

Desconexión

Poco que ver con la calle. ¿Una pequeña muestra de la separación entre la clase política y la ciudadanía que reflejan las encuestas? El diputado huelguista de IU-ICV Herrera contestó por teléfono a esta pregunta: "Esto demuestra que el Congreso de los Diputados está desconectado".