Eh tú, caradura, no te cueles", le gritó un conductor al taxista que, aprovechando su despiste, acababa de robarle el puesto en la cola de una gasolinera de la calle Saadún, la gran arteria del centro de Bagdad.

Y es que la capital iraquí era ayer una ciudad con los nervios a flor de piel. Por sus arterias circulaban millones de personas que, atenazadas por la sensación de que ahora sí ha empezado la cuenta atrás, iban y venían apresurados con la obsesión de estar preparados para cuando empiecen a caer los misiles. Porque como sucede siempre en las ciudades que están a punto de ser bombardeadas, todo el mundo tenía prisa ayer en Bagdad. Como si una plaga de estrés se hubiera apoderado de la ciudad. Sólo había atascos, colas, gritos...

En el último momento, todos parecen caer en la cuenta de que, ¡oh maldición!, se han olvidado de comprar algo (más gasolina, más agua, más pilas). Y pasa lo que pasa. En la gasolinera de Saadún, la cola ya doblaba la esquina. El domingo, para llenar el depósito, había que esperar tres horas. "Desde que Bush dijo que este lunes sería un día decisivo, ha empezado a venir mucha más gente para llenar los depósitos y hacer reservas" cuenta Yasem Al Yaser, el encargado.

Ayer se acabó la aparente normalidad que reinaba en Bagdad. Ya no hay que rebuscar para hallar el miedo de la gente. El temor ha emergido. Aunque no hay pánico ni histerismo, las sonrisas han desaparecido. Los restaurantes están menos concurridos, y la tensión flota en el ambiente.

"Claro que tengo miedo, el que no tenga miedo es que es un ignorante que no sabe lo que se nos viene encima", dice un profesor que ayer se fue al pueblo con su familia.

Los cambistas también han percibido la proximidad del ataque. "En 24 horas, el precio del dólar ha cambiado al alza cinco veces," dice el dependiente de una oficina de cambio. "Ahora el dólar se ha disparado y equivale a 2.660 dinares iraquís", explica, mientras admite que ya no le quedan dinares.

OCULTAR EL ORO

Además, Bagdad parecía ayer una ciudad en plena mudanza. Muchos establecimientos, sobre todo los que vendían productos caros, trasladaron su mercancía a un lugar seguro por temor a que bandas de saqueadores aprovechen el caos para asaltar sus establecimientos. Mientras los joyeros ocultan el oro en lugares secretos, muchos anticuarios también sacan de Bagdad las alfombras más antiguas y las piezas más valiosas. "No podemos dejarlas a merced de los misiles", dice Amal, una anticuaria.