Con dos años pueden conocer el abecedario, los hay que incluso saben leer, sumar y restar cuando entran en Infantil. Empiezan a hacer preguntas que no son habituales a su edad o razonamientos propios de mayores. Tienen una necesidad constante de hacer cosas nuevas, de aprender que les lleva a realizar multitud de actividades en muchas ocasiones ligadas con los idiomas, con la música, con la robótica,... «Yo le he tenido que decir a mi hijo: ‘no puedo más’», cuenta Carmen Gómez. «Con 11 años tiene bastante facilidad para los idiomas, está en el grupo de adultos de chino, va a hacer el cuarto nivel ya, y se examina del B2 de inglés. Pero es un niño normal, cuando llega a casa no se pone a ver cómo funciona la electrónica de placas, es un niño normal con sus propios intereses como todos, le gusta la magia, toca la guitarra eléctrica, juega al fútbol...».

Gómez, además de madre de un niño extremeño con altas capacidades, es psicóloga, maestra, orientadora educativa de la consejería y experta universitaria en altas capacidades. Actualmente está desarrollando una tesis doctoral sobre este asunto titulada Actitudes de los docentes extremeños ante las altas capacidades y su repercusión en la identificación temprana de estos alumnos. «LLevo varios años luchando mucho con este tema».

Por su experiencia y su formación, considera que en el mundo de las altas capacidades hay muchos prejuicios y estereotipos sobre las características de estos niños, como que a todos les gusta el ajedrez, o que no necesitan una atención específica porque son listos. «Y claro que tienen necesidades educativas, que varían tanto como el propio colectivo. Solemos pensar que estos niños tienen un patrón común, pero realmente son tan heterogéneos como cualquier otro colectivo».

Lo que se conoce menos, cuenta, es que tras las altas capacidades puede haber problemas de conducta, frustración, aburrimiento, mal comportamiento o un perfeccionismo y una hipersensibilidad que a veces les hace querer abandonar el propio sistema educativo porque no se encuentran en él. Y eso tiene solución: una correcta identificación y atención. «Si en lugar de haber un niño raro hubiera muchos niños identificados y se viera normal en los centros como ahora mismo puede serlo en Murcia, podríamos desarrollar correctamente el potencial que tienen estos niños. Todo el mundo tiene un talento especial para algo y eso hay que aprovecharlo y desarrollarlo, si no no lo estamos haciendo bien. Tener altas capacidades por sí solo no es una garantía de nada», apunta.

En su caso, su hijo estaba siendo bien atendido en Infantil. «Sin llegar a hablarme de altas capacidades, su tutora supo atender las necesidades que él tenía, pero cuando llegó a Primaria empezó a descolgarse. Ya había aprendido a hacer cuentas de multiplicar con dos cifras, leía el periódico y a poetas extremeños y al llegar a Primaria dejó de interesarle el cole. Llegaba a casa con las tareas sin hacer, se aburría muchísimo y empecé a preocuparme». Ahí fue cuando esta madre solicitó una evaluación al equipo de orientación que tardó en llegar y pidió la ampliación curricular. Su hijo pasó de 2º a 4º y «hoy en día va fenomenal, pero podría haber sido uno de los niños que están fracasando en el sistema a pesar de sus capacidades si no se hubiera atendido».

El primer paso, cuenta, siempre suele darlo la familia. «Es la primera que se percata pero tampoco suelen asociarlo a una alta capacidad porque no toda la precocidad que a veces llama la atención en los niños pequeños va a ser una alta capacidad pero sí que toda alta capacidad viene precedida por esa precocidad. A los docentes nos cuesta verlo, lo que primero nos llama la atención son las conductas disruptivas o un mal comportamiento». Como experta apunta que hay muchísimas dificultades en los centros y un gran desconocimiento sobre cómo abordar las altas capacidades. «Todavía estamos a años luz de otras comunidades».