Poco más de 72 horas. 3.000 hectáreas calcinadas. Cerca de 600 vecinos desplazados de sus viviendas. Pero entre decenas cifras y miles de pinos quemados, en Las Hurdes emergen casos muy humanos, como la de Damián Martín, exfuncionario de Correos y vecino de Vegas de Coria, una de las alquerías evacuada el lunes ante el avance de las llamas. Perdió a su esposa hace unos meses en un desafortunado accidente doméstico y aún no puede controlar las lágrimas al recordarla, al pensar lo mal que ella lo habría pasado viendo el fuego tan cerca de su casa.

Ayer volvía a sentarse en la puerta de la vivienda, tratando de recuperar lo que él llama normalidad, esa lucha constante que mantiene para superar el vacío que le ha dejado la marcha de su mujer, un reto en el que no falta el apoyo constante de sus hijos. Fue uno de ellos quien le despertó durante la madrugada del lunes, pidiéndole que se vistiera rápido: "Nos fuimos a dormir cuando parecía que todo estaba controlado y cuando mi hijo me llamó y escuché las sirenas, no me lo creía. Me tuve que asomar a la calle para ver que el incendio ya estaba encima del pueblo", explicaba ayer, con 73 años y dos muletas que le ayudan a pasear cada día por la alquería.

Tuvo que desalojar y marcharse a Caminomorisco con la incertidumbre de qué pasaría con su vivienda. Porque él "nunca había visto un incendio como éste ni tan cerca; era imponente". A las 10 de la noche del lunes, pudo volver a su casa, intacta pese a que los últimos pinos calcinados han quedado a apenas 200 metros del inmueble. Lo que no ha logrado salvarse del fuego es la finca con más de 1.200 olivos que tiene en uno de los cerros que rodean Vegas de Coria. "Todos calcinados. Ahora habrá que cortarlos y esperar a que vuelvan a brotar", relataba bajo el ruido de los helicópteros y aviones que refrescaban las zonas quemadas.

Damián pudo dormir el lunes en su cama, no así otros muchos que tuvieron que permanecer hasta primera hora de ayer en la residencia de estudios, el centro de menores o el pabellón de Caminomorisco. Como Piedad, que pasó la noche en vela preocupada por lo que podía pasar con su pueblo, Cambroncino: "Además, si me sacan de mi casa soy incapaz de dormir; ya puede ser el mejor lugar del mundo que...". Con cerca de 80 años de vida y superados varios episodios similares, la experiencia no fue capaz de apagar sus temores. "Tengo dos casas muy próximas a un huerto con los pastos muy altos. Si se me enciende aquello, bien quemadita que estoy", explicaba a primera hora de ayer, aún un tanto mareada por la falta de descanso, el viaje y la tensión, mientras dos voluntarios de Cruz Roja la ayudaban a bajar del autobús que la devolvía a su alquería, donde vive sola.

Delante de ella lo hacía Felisita Domínguez, que también reconocía no haber dormido nada: "El ayuntamiento no se ha ocupado de nada. Por detrás de mi casa hay un regato llenito de zarzas y de hierbas. Esa es la preocupación que yo tenía, por la mí casita, porque por lo demás he estado muy bien, muy buen trato y muy buena comida". Ella evacuó el pueblo a media mañana del lunes, mientras que las autoridades tuvieron que desplazar al puesto de mando de la alquería a la veintena de vecinos que se negaron a abandonar Cambroncino. "El fuego se acercó mucho a las casas de la parte más antigua, que era lo más peligrosa porque tienen mucha madera, pero en torno a las tres de la madrugada las llamas cedieron y pudimos irnos a intentar dormir", relataba ayer uno de ellos.

Ahora esta zona de Las Hurdes trata de sobreponerse a este nuevo golpe del fuego mientras en el ánimo de todos pervive un deseo que enunciaba Felisita: "Quiera Dios que no se queme lo poco que nos ha quedado sin arder".