Estaba Emilio Gastón tan ricamente aguantando el cuarto pleno del Parlamento sobre la guerra de Irak, con la ilusión de quien oye los argumentos del Gobierno y la oposición por vez primera. Había recorrido 325 kilómetros desde Zaragoza hasta Madrid para asistir, y pensaba quedarse hasta el final, hasta escuchar a su paisano José Antonio Labordeta, representante de la Chunta Aragonesista, que suele hablar el último pero dar juego suficiente como para que valga la pena la espera.

Estaba disfrutando Emilio Gastón del lance parlamentario, que le recordaba aquellos años en los que él fue diputado en las Cortes Constituyentes, cuando la democracia empezaba su andadura. Recapacitaba Emilio Gastón sobre lo crispado de la tarde, preguntándose por qué el Gobierno desoye la voz de los millones de españoles que claman contra la guerra. Rememoraba su etapa como Justicia de Aragón, el defensor del pueblo de los maños, y añoraba la capacidad que le daba su antiguo puesto para reclamar al Gobierno que atienda las quejas de los ciudadanos.

Estaba, pues, tan tranquilo, cuando sus compañeros de asiento en la tribuna de invitados, a los que aún no tenía el gusto de conocer, sacaron unos carteles contra la guerra y, puestos en pie, gritaron: "¡Vive la France!" Y después se arrancaron a entonar La Marsellesa .

NO SE REPRIMIO

Y claro, Emilio Gastón no supo o no quiso reprimirse. Tarareó aquello de "allons enfants de la patrie..." "No pude evitarlo, me emocionó oír el himno francés", confesó a la salida. Los servicios de orden de la Cámara, fastidiados por haber sido burlados de nuevo por unos exaltados, saltaron casi antes de que la presidenta, Luisa Fernanda Rudi, ordenara el "desalojo de los que perturban el orden en las tribunas".

El orden. Qué ironía. Llevaban sus señorías del PP ejerciendo a fondo toda la tarde la estrategia del murmullo recalcitrante, ésa que rompe el discurso del contrario, que obliga a parar al orador por orden de la presidencia, que impide seguir el hilo, que descoloca. Y lo hacían jaleados por los mismísimos vicepresidentes del Gobierno, que se giraban en sus escaños azules para instigar a sus correligionarios cuando éstos perdían fuelle. Gastón también fue expulsado. Primer daño colateral del debate. Su esposa se quedó un ratito.