Eran las 7.39 de la mañana. Como cada día, casi un millón de personas, en su mayoría trabajadores --muchos inmigrantes-- y estudiantes, se acercaban en tren a Madrid capital desde el Corredor del Henares para comenzar una nueva jornada. Sin embargo, 190 personas no lo consiguieron.

A esa hora, el tren 17305, que había salido de Guadalajara a las 6.45 y cuyo destino final era la estación de Chamartín, saltó por los aires en la estación central de Atocha. Tres mochilas bomba , cargadas con 15 kilos de una mezcla de Titadine y nitroglicerina, estallaron cuando el convoy había entrado ya en la estación y estaba parado en la vía 2. Caían las primeras 40 víctimas mortales y comenzaba así una dura jornada de terror.

Un minuto más tarde se oyó otra deflagración, más potente que la anterior. El tren de cercanías 21431, que había salido de Alcalá de Henares a las 7 de la mañana con destino final a Alcobendas, al norte de Madrid, quedó reducido a un amasijo de hierros tras explotar otras cuatro mochilas bomba cuando se encontraba a 800 metros de la estación de Atocha.

UN RETRASO DE DOS MINUTOS Llegaba con dos minutos de retraso, lo que evitó que la tragedia fuera mayor. La intención de los terroristas era que las explosiones coincidieran en el centro de la estación para hacerla reventar. A pesar de ello, se contabilizaron 59 muertos.

El caos fue apoderándose de la ciudad. Las calles aledañas, las líneas 1 y 9 del metro y el servicio ferroviario de toda la comunidad quedaron interrumpidos. Los ciudadanos no pudieron permanecer impasibles en sus casas y se lanzaron a la desesperada a las cercanías de la estación para ser testigos de la magnitud de la tragedia. Desde esa hora el sonido de la ciudad se transformó en un continuo ulular de sirenas de los servicios de emergencia, urgencias médicas y policía. Sirenas que no se dejarían de oír a lo largo de la jornada.

Pero la masacre también se extendió a otros apeaderos. El tren 21435, que había salido de Alcalá de Henares a las 7.10 con destino a Alcobendas, explotó cuando estaba detenido en la estación de la paupérrima barriada de El Pozo del Tío Raimundo. Las dos bombas, escondidas también en mochilas, reventaron los techos de los vagones centrales. Estos se incendiaron y provocaron que algunas de las 67 víctimas mortales, 41 hombres y 26 mujeres, quedaran atrapadas entre las llamas. Otras 50 resultaron heridas.

La décima explosión se produjo en la estación de Santa Eugenia, en el tren 21713, que había salido también de Alcalá de Henares a las 7.15 con destino a la estación de Príncipe Pío. Este es el apeadero que habitualmente utilizan los estudiantes de la Universidad Politécnica. La jor-

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