Gwarek Robert es un joven de 26 años de Szydlowiec, una localidad de la comarca polaca de Radom, situada a cien kilómetros de Varsovia, la capital de Polonia. Tiene papeles y un trabajo en la vendimia extremeña. Dragomir Ilie también es del Este de Europa. Es rumano. Sin papeles. Lleva varios días en Tierra de Barros y ningún empresario se ha atrevido a ofrecerlo empleo.

Robert es uno de los 149 jornaleros polacos que las organizaciones agrarias Coag y Apag han contratado para esta vendimia dentro del contingente aprobado por el Gobierno. Ayer, Gwarek vendimió por primera vez. Comenzó a las 9.00 horas, en un viñedo de la carretera de Arroyo de San Serván, a 5 kilómetros de Almendralejo, pero a 3.400 de su casa.

Mientras Gwarek vendimiaba por primera vez, Dragomir Ilie espera en el campamento de temporeros a ganarse su primer jornal. Tiene 39 años, está casado y tiene cinco hijos, cuyos nombres (Papusa, Claudia, Jon, Cornela y Jonut) lleva tatuados en su brazo izquierdo. Dragomir viene de Craiova, en Rumanía. Es carpintero, no tiene papeles, sólo un visado de turista que caduca a los tres meses. Llegó a España el 15 de agosto, a Almendralejo dos días después. Hoy, habita, con cinco paisanos más, una tienda en el asentamiento de Cruz Roja en Almendralejo.

Son las dos caras de una misma moneda: la de la inmigración temporera en Extremadura. Los tractores cargados de uva comparten protagonismo en las calles con personas llegadas del este de Europa y que buscan trabajo en las tareas agrícolas, bien en la vendimia, o en la aceituna.

Polacos

Robert es un ingeniero eléctrico y está soltero. En su país ha dejado a sus padres. Pero para él, salir a trabajar fuera de Polonia no es más que una desagradable costumbre. Desde que acabó sus estudios, hace tres años, ha estado dos veces en Alemania y una en Italia. En el país bávaro ha trabajado en varias labores agrícolas, mientras que en su experiencia italiana se centró en el sector dela hostelería. Vive en una nave de la calle Alberca, de Almendralejo, junto a una treintena de compatriotas que han llegado a trabajar a la comarca.

Todos comparten unas instalaciones facilitadas por los empresarios que les han contratado, un total de 18 en la comarca. La nave tiene dos plantas. En la primera hay un gran salón con mesas y una chimenea. Allí, los polacos comen y, durante sus dos primeros días de estancia en Almendralejo, han esperado a que el cielo les diese una tregua para poder salir a vendimiar. Abajo también hay algunas literas, taquillas que ha cedido el Ejército y aseos con duchas. Arriba, hay más camas. "Estamos muy a gusto en este lugar y la impresión inicial está siendo muy buena", afirma Gwarek Robert.

Tras dos días de descanso obligado (llovía y no se podía vendimiar), ayer comenzó el trabajo. Según los sindicatos, los polacos cobrarán un mínimo de 33 euros por jornada. El salario medio en la comarca de Radom, zona de procedencia de los polacos, es de 200 euros al mes. Gwarek asegura que su país vive ahora un "momento de transición, de cambio, y por ello las cosas se están complicando allí".

El ambiente en la nave de la calle Alberca en la que viven la treintena de polacos es distendido. Entre tazas de café y galletas, los temporeros pasan las tardes de lluvia con las que les ha recibido Extremadura. Estarán en Tierra de Barros hasta el 15 de noviembre y entre los recuerdos que se llevarán está el de la bienvenida que recibieron el miércoles en el Palacio del Vino. "Fue algo sorprendente, no esperábamos que hubiese tanta gente ni tanto interés por vernos. Nos agradó mucho", dice.

Campamento

Dragomir Ilie no tuvo ese recibimiento cuando, hace dos semanas, pisó suelo extremeño. A él, las últimas lluvias no le han impedido ir a trabajar, más bien le han obligado a pisar el barro que se ha formado en el parque de Santiago donde permanece temporalmente. Dragomir tendrá que buscar una nueva zona en la que vivir, ya que al no encontrar trabajo en siete días, debe abandonar el campo de acogida. Son las normas del asentamiento que coordina Cruz Roja.

Además, su perfil no se adapta a las preferencias que la ONG antepone a la hora de acoger a inmigrantes. Se les da prioridad a las mujeres con hijos y a los mayores. Dragomir busca trabajo "en lo que sea, me da igual, pero todos los empresarios me rechazan cuando saben que no tengo papeles", comenta.

Llegó a España porque un primo suyo, que reside en Valencia y se casó hace cinco años con una española, le habló de las posibilidades que ofrece el país para trabajar, especialmente en zonas agrícolas del Levante, Andalucía o Extremadura. Su intención es ganar dinero cuanto antes. "Abandoné Craiova --dice Dragomir-- porque no tenía dinero. No podía pagar el colegio de mis hijos, ni comprar comida, ropa o pagar mi casa".

Cuando habla de la situación de su país, es muy pesimista. El salario medio en Rumanía no llega a 65 euros mensuales y la situación es cada vez peor. Dragomir pregunta porqué su nación no puede entrar a formar parte de la Unión Europea y favorecerse de las ayudas del resto de países. "Uno de los problemas de los rumanos es la corrupción de los dirigentes. El país necesita ayuda y cooperación internacional porque la situación es muy mala", dice.

CAMPAMENTO Dragomir permanece hoy en el campamento de Cruz Roja y su impresión es muy buena. Asegura que le están tratando bien. Durante esta semana, un día en la vida de este rumano de 39 años ha consistido en esperar y esperar. Con el visado de turista en la mano, aún mantiene la esperanza de que algún empresario le contrate. Mientras, pasa el día entretenido en lo que puede. Algunos ayudan a arreglar los coches con los que varios temporeros han llegado a España, otros forman largas tertulias en el campamento para ayudar a que la espera sea más llevadera.

Polacos y rumanos. Regulares o irregulares. Los pueblos de la comarca de Tierra de Barros se llenan durante estos días de inmigrantes que protagonizan las dos caras de la misma moneda. Gwarek Robert se levantará todos los días, --cuando la lluvia le deje--, a las 6.30 horas, y a las 7.00 marchará a vendimiar acompañado por el empresario que le ha contratado, pagado el viaje y facilitado el alojamiento. A mitad de noviembre, después de dos meses y medio de trabajo, volverá a casa con unos 2.300 euros en el bolsillo, el salario medio de un trabajador polaco durante todo un año.

Ilie se ha levantado cada día en el campamento de Cruz Roja, en una tienda de campaña y en medio de un parque. La próxima semana, él y sus cinco amigos, deberán buscar un nuevo alojamiento. Con suerte serán contratados, pero siempre al margen de la legalidad. No quiere volver a Craiova, si por él fuera "no saldría de España, me quedaría para enviar dinero a mi familia". El tiempo apremia.