Nunca comprenderá porqué un día su hijo se convirtió en el punto mira de todo el colegio. «Estaba un poco gordito y empezaron a meterse con él cuando tenía 12 años». De las burlas y desplantes pasaron a las manos. «Las palizas eran casi a diario. Como los del colegio no lo cortaron, los alumnos hicieron un llamamiento por internet al que se apuntaron más de 200 chavales para pegarle y hasta matarle; no pudo ir al colegio durante 5 meses», relata su padre.

El acoso escolar, si no se ataja puede destrozar a toda una familia «porque se convierte en social y una tortura continua». Lo hizo con la de Juan y lo hace, de forma extrema, en aquellos casos que terminan en suicidio o a punto de ello. Afortunadamente, los menores que acaban quitándose la vida no son muchos -uno de cada 10.000, se estima-. El hijo de Juan lo intentó y ese fue el detonante para huir. La familia casi al completo decidió abandonar su localidad para instalarse en un municipio extremeño donde intentaron empezar de cero, pero ya era tarde. Tras casi dos años en la región regresaron a su ciudad pero siguen pensando en irse porque el joven sigue, en cierto modo, señalado.

El caso de Juan no se atajó en su momento cumplimentando el protocolo de acoso, denuncia. «Me vi obligado a denunciar a los mayores porque fueron los que promocionaron esa continuada violencia sin control. Nadie hizo nada por que aquellas palizas pararan. El día que decidimos sacarlo del colegio y fuimos a recoger sus cosas vimos que su pupitre estaba en un rincón de la clase, que los mayores le habían aislado del resto del grupo», lamenta.

La historia de esta familia es un caso extremo de lo que empezó siendo acoso escolar pero se enquistó y acabó en algo peor: «violencia escolar consentida y promovida por los responsables del centro», denuncia. «Los niños no son siempre los únicos responsables del acoso escolar». Atajar un problema así sólo está en manos de los adultos, de los docentes que deben dar la voz de alarma y frenarlo con el apoyo de los padres, que deben conocer las relaciones de sus hijos.

Para intentar entender mejor lo que sigue padeciendo su hijo, Juan ha investigado sobre «la violencia escolar, que no debe confundirse con el acoso escolar», dice, porque es un fenómeno que se asocia con otro tipo de delitos como extorsión, amenazas, lesiones, delitos contra el honor... y que no tiene por protagonistas solo a los menores. «El encubrimiento, el consentimiento e incluso la promoción de la violencia no es acoso, sino una concurrencia de delitos cometidos por mayores y menores porque los menores no son los que toman decisiones de vigilancia y control de los centros, ni de seguir un protocolo ni tomar medidas disciplinarias y de protección».

Afortunadamente el propio Juan reconoce que el caso de su hijo no es el más habitual, pero existen. «Los problemas que surgen en la escuela se suelen resolver en la escuela la mayoría de las veces», dice. Lo aprecia también Guadalupe Andrada, psicóloga y presidenta de la Fundación Inpa-Framagua, una entidad sin ánimo de lucro que previene y trata el acoso y la violencia en menores con la intervención directa en los centros extremeños y también de forma individual. «Solo nos hemos encontrado con centros que tienen mucho deseo de que sus alumnos no sufran y en ocasiones si se ha mirado para otro lado quizás lo hayan hecho porque no tenían recursos operativos para afrontar esto».

RECURSOS/ Esta fundación estima que los centros no disponen de los suficientes recursos para atajar esta problemática que afecta --según sus cálculos-- a dos de cada diez menores en edad escolar, aunque muchos de ellos ni siquiera lo sepan porque el problema da la cara de distintas maneras. «Hay muchas formas y los niños no siempre lo perciben, los hay que juegan a pegarse puñetazos aunque los puños siempre le toquen al mismo, pero los compañeros se lo venden como un juego o la amiga posesiva de una niña que no para de mandarle Whatsapp por las tardes llamando su atención y en los que la víctima se siente tremendamente angustiada... Hay menores que terminan intentando quitarse la vida, que empiezan a herirse a sí mismos o tienen trastornos alimentarios... Hasta hace muy poco esto no se atendía».

Andrada señala que este problema precisa la intervención de profesionales. «Es un tema serio y difícil, que requiere de soluciones innovadoras en las que se movilice a toda una clase y mucha delicadeza. La cuestión es que la Administración no tiene recursos suficientemente funcionales y operativos para atajar esto».

Para intentar mejorar, la Consejería de Educación está actualizando su protocolo, en el que se introducirán orientaciones educativas en el borrador del plan de actuación en relación con las alteraciones de la convivencia por acoso. «Se trata de dar orientaciones y abordar el acoso escolar como un problema educativo».

Porque está en juego el sufrimiento y el futuro de muchos menores, «Tanto los niños acosadores como sus víctimas necesitan ayudas. Los ‘malotes’ tienen un mal pronóstico como seres humanos porque a estas edades se va aprendiendo a odiar, a no respetar, es el germen de la violencia de género... Las víctimas, por su parte, se vuelven personas muy temerosas, depresivas, no suelen rematar su formación,... Tenemos que proteger al máximo a los menores», advierte Andrada, que describe lo que le pasa al hijo de Juan.

Esta familia acabó interponiendo 5 denuncias contra los menores y los responsables del centro y sigue reclamando a la justicia, porque su caso acabó juzgándose en base a un simple informe del colegio y otro de la consejería, «no hubo investigación policial». Por ello, Juan ha acudido al Defensor del Menor «para que abra una investigación y aclare el caso de su hijo y al mismo tiempo arroje luz sobre la existencia la violencia escolar, que trasciende del acoso escolar y es precisamente esa identificación simplista la causa de la impunidad en los delitos que se cometen dentro y fuera de algunos colegios por no haberse frenado dentro». Su hijo tiene hoy 20 años, aparcó los libros, sigue sufriendo y sin explicarse por qué se convirtió en el centro de todas las miradas.