Fue una cuestión de empeño. El termómetro estaba, con sus siete grados bajo cero, peligrosamente en contra. La infraestructura de la ciudad era, claramente, insuficiente. Las horas de espera se acumulaban. Pero, para los más de dos millones de personas que ayer inundaron el Mall Nacional de Washington para ver a Barack Obama jurando como 44º presidente de EEUU y se alinearon a lo largo de 2,7 kilómetros de avenida Pensilvania para contemplarlo en su viaje hasta la Casa Blanca, nada iba a impedir el momento.

Querían, como decían una y otra vez en declaraciones y clamaban desde broches y camisetas, ser testigos de la historia. Y la crearon haciéndolo. Según las primeras estimaciones oficiales, la de ayer fue la mayor congregación en la capital de EEUU.

Los metros se habían abierto a las cuatro de la madrugada, y para ese momento ya había multitudes de gente haciendo colas ante las entradas. Poco más de una hora y media después empezaban a llegar las alertas avisando de que los aparcamientos junto a las estaciones se llenaban, de que algunas estaciones se cerraban desbordadas. En las zonas colindantes al centro, pero a kilómetros de distancia, quedaban aparcados numerosos autobuses y coches particulares. Y entonces, la marea humana hacía su recorrido a pie, llenando de calor, entusiasmo y emoción humana una fría mañana.

Cubierto con una manta iba el hombre cuya silla de ruedas empujaba Thomas Hinaes, un hombre de 69 años llegado desde Georgia que daba la razón a quienes creen que el cambio que empezó como un eslogan empieza a hacerse realidad. "Para mí, este es un acto de perdón", decía. Yo he sentido odio y rabia hacia el hombre blanco. Pero se acabó para mí. Entierro todo lo que tenía en su contra. Sin ellos, Obama hoy no estaría aquí".

La transformación del país era aún mayor a ojos de Patrick Moore, un profesor universitario que había viajado desde Florida con 20 alumnos, que rompían su modestia y presumían de que su maestro había ganado el premio de mejor profesor de historia del estado en el 2007.

"De vez en cuando", aleccionaba Moore, "hay momentos de transición entre generaciones, momentos de catarsis. Lo hubo con Benjamin Roosevelt, y lo hubo con John Fitzgerald Kennedy. Y este es otro de esos giros, un cambio de rumbo radical, un indicativo de que Estados Unidos no solo está listo para el cambio, sino que también estaba buscando a alguien específico".

UN ESTALLIDO DE EUFORIA Ese alguien fue el hombre que provocó el delirio, un estallido de euforia y el agitado vuelo de cientos de miles de banderas estadounidenses en el Mall desde el mismo momento en que su imagen apareció por primera vez, a las 11.38 horas (las 17.38 en España), en las enormes pantallas que hacían reverberar por el Mall lo que sucedía en la escalinata del Capitolio.Había habido también aplausos y gritos entusiastas cuando las cámaras retrataron a Jimmy Carter. Se escucharon también comentarios sobre el visible deterioro de salud de George Bush padre. Se aplaudió a rabiar y se usó el sentido del humor cuando quien llegó fue el expresidente Bill Clinton. "No tuve sexo con esa mujer", repetía una y otra vez riendo un hombre negro aludiendo al romance del penúltimo presidente demócrata con Monica Lewinsky. Y hubo silencio cuando se anunció al entonces aún presidente electo, George Bush. Cuando algunos amagaban con abuchear al líder saliente, otros pedían no hacerlo.

EL PRELUDIO DEL EXTASIS Tras la oración del reverendo Rick Warren y la interpretación de Aretha Franklin de My country it´s of thee , juró el vicepresidente Joe Biden, provocando otro capítulo de euforia. Pero era solo un preludio del éxtasis al que llevó a los congregados la jura y el discurso del presidente Obama.

"Lo que más me ha gustado es la idea de que tenemos problemas pero tenemos esperanza", decía Miriam Thompson, una joven llegada desde California. "Todo me ha parecido importantísimo, pero como mujer negra no tengo palabras para explicar lo que he sentido", añadió.

Sí las encontraba Jide Adeniyi- Jones, un fotógrafo nigeriano casado con una estadounidense. "América tiene suerte", explicaba. "Cuando se establecieron los fundamentos de este país eran muy injustos. No se reconocía a las mujeres, no se reconocía a los negros... Un día como este día no era lo que se pretendía. Pero inevitablemente, si tienes un sistema, crees en él y lo llevas a su conclusión lógica, si el sistema es bueno se impone a sus carencias. Y el concepto de América es bonito".