Una sola hora les bastó a los tres adalides de la guerra para decidir el futuro del planeta tras cruzar medio Atlántico con el único objetivo de celebrar tan breves "consultas". "Hemos concluido que mañana es el momento de la verdad para el mundo", proclamó el presidente norteamericano, George Bush, como si tan crucial decisión hubiera sido tomada en esos 60 minutos de reunión en las Azores. Lo que quería decir, en realidad, era que se había tomado toda esa molestia para aleccionar a sus fieles escuderos británico, Tony Blair, y español, José María Aznar, sobre la imposibilidad de hacer esperar más tiempo al cuarto de millón de soldados listos para invadir Irak. La Casa Blanca no prolongará su ultimátum bélico contra Sadam Husein ni siquiera las "horas o días" que sugirió como gran concesión la asesora de Seguridad Nacional, Condoleezza Rice.

POWELL APOYA LA GUERRA

Aunque era de esperar semejante ultimátum de 24 horas a la comunidad internacional cuando hasta la paloma de la Administración de Bush --el secretario de Estado, Colin Powell-- era ya partidaria de ir a la guerra de inmediato. Powell, quien fuera jefe del Estado Mayor de EEUU durante la anterior guerra del Golfo, dejó de insistir en la vía diplomática en cuanto el número de soldados norteamericanos desplegados en el Pérsico superó los 200.000. Como militar de carrera, sabe bien los efectos desastrosos para la moral y preparación de la tropa que tiene una prolongada e incierta espera antes del combate.

No obstante, la decisión de no dar más margen a los esfuerzos diplomáticos ha sido puramente política, puesto que el actual vicepresidente del Estado Mayor, general de Marines Peter Pace, sostuvo el viernes ante los expertos del Pentágono que sus fuerzas podrían aguardar todavía un mes más, antes de la invasión de Irak, sin que esa demora arriesgase un aumento del número de bajas norteamericanas.

PROXIMO MENSAJE DE BUSH

Aun así, una vez tomada la decisión de una guerra inmediata --y muy poco antes de que el mundo entero fuera emplazado a aceptarla como inevitable--, fue el propio Powell el encargado de aconsejar a los periodistas, los inspectores de la ONU y los trabajadores de las organizaciones humanitarias a que abandonasen Irak lo antes posible, aduciendo que Sadam podría tomarlos como rehenes. Sólo estaba adelantando lo que anunciará el propio Bush dentro de poco.

Según fuentes de la Casa Blanca, el zafarrancho de combate comenzará en cuanto Bush haga un discurso a la nación --solemnemente televisado desde el Despacho Oval--, en el que proclamará que Sadam se ha negado a desarmarse. Formulado como ultimátum final a Irak, ese mensaje constituirá el último aviso para que todos los extranjeros, incluidos los diplomáticos, escapen del campo de batalla. Muy pocos días después comenzarán los bombardeos masivos, posiblemente simultáneos al comienzo de la invasión terrestre y de operaciones de comando con el objetivo de eliminar físicamente a Sadam y a sus lugartenientes.

Tan claro tiene Bush que la guerra es inminente --y tan asumido lo tienen Blair y Aznar-- que su declaración conjunta (pomposamente llamada "Proyecto para Irak y el pueblo iraquí") se centra casi exclusivamente en la reconstrucción del país y su gestión tras el derrocamiento de Sadam. Igual que trata de demostrar que se va a desencadenar una guerra justa , al proclamar: "El pueblo iraquí merece quedar libre de la inseguridad y la tiranía".

INTENCIONES CASI REDENTORAS

Además, en la rueda de prensa posterior a la cumbre los tres adalides de la guerra hicieron profesión de sus intenciones liberadoras y democratizadoras... casi redentoras. Si bien desentonaba que Bush recordase los crímenes de guerra de Sadam con empleo de armas químicas, cuando fueron EEUU y el Reino Unido los que facilitaron a Bagdad los medios para fabricar ese armamento. Igual que era chocante que Blair denunciase que "miles de niños iraquís mueren cada año sin necesidad", cuando la mayor parte de esas muertes son atribuibles al embargo internacional contra Irak que Washington y Londres insisten en mantener.

También parecía curioso el súbito entusiasmo del eje bélico en encontrar ahora una solución al conflicto árabe-israelí. Especialmente cuando el presidente norteamericano sostuvo que el líder iraquí era "un obstáculo para el progreso en Oriente Próximo". Porque no quedaba claro si se refería a los sufrimientos del pueblo palestino --de los que ni por un momento parecía culpar a su gran aliado israelí, el ultra Ariel Sharon-- o al desarrollo del mundo árabe, en cuyos aspectos sociales y culturales no pueden dar ejemplo los jeques y emires del golfo Pérsico que siempre han sido los mejores amigos de Washington en la región.

Es más que dudoso que esta guerra contra Irak pase a la historia como una campaña de liberación de un pueblo oprimido y tampoco parece demasiado verosímil que --tras la conflagración-- sus horrores vayan a sembrar un futuro de paz.