En una de las polvorientas calles de la desierta ciudad natal de Sadam Husein, el sargento norteamericano Robert Chute le aseguró ayer al enviado especial de France Presse lo que casi todo el mundo pensaba pero nadie se atrevía a manifestar: "La toma de Tikrit supone el fin de la guerra".

Mucho más prudentes, sus mandos militares se limitaron a constatar que la caída del último bastión del régimen iraquí constituía un "punto de transición" en la campaña militar de EEUU y el Reino Unido, puesto que ésa fue sin duda la última gran batalla de la invasión anglo-norteamericana. Esas doce horas de bombardeos y una hora de combates en Tikrit sellaron la ocupación total del país y, por tanto, la victoria definitiva de la coalición.

Aunque esta vez no hubo explosión de júbilo y tanto la estatua ecuestre de Sadam en la plaza central la ciudad como los retratos del desaparecido dictador omnipresentes en las farolas permanecieron intocados, bajo la atenta vigilancia de los marines y sus blindados ligeros. La guerra, como tal, había concluido en su fase más violenta y se inauguraba una incierta posguerra en la que la mayor amenaza serán las emboscadas paramilitares, los ataques esporádicos de francotiradores y los atentados suicidas.

DOS PORTAVIONES MENOS

La primera muestra del comienzo del final de la conflagración fue la retirada de fuerzas navales norteamericanas de la región del Pérsico. Los portaviones Kitty Hawk y Constellation --cada uno con 75 aviones a bordo-- recibieron la orden de abandonar el golfo Pérsico y regresar a sus bases en Japón y California, respectivamente. Y muy pronto recibirá instrucciones idénticas uno de los otros dos portaviones que están en el Mediterráneo oriental y que participaron de las operaciones contra Irak.

Otro signo del inminente fin de las hostilidades fue el estreno en Bagdad de las primeras patrullas conjuntas entre policías iraquís y soldados norteamericanos, para hacer frente a los saqueos que todavía continuaban en la ciudad; un vandálico pillaje que ha asolado el patrimonio histórico de Irak, acabando con joyas arqueológicas de 7.000 años de antigüedad y devastado los tesoros que se guardaban de la Biblioteca Nacional.

Hasta el primer ministro británico, Tony Blair, admitió en los Comunes: "Estamos cerca del final del conflicto". Sin embargo, uno nuevo se cierne sobre el Oriente Próximo, tras las abiertas amenazas de la Casa Blanca contra el régimen de Damasco, al que EEUU acusa de dar refugio a los huidos colaboradores de Sadam Husein y de haber desarrollado armamento químico, el mismo argumento que se empleó para justificar la guerra ilegal en la vecina Irak (donde siguen sin aparecer las supuestas armas de destrucción masiva).

El secretario de Estado norteamericano, Colin Powell, advirtió de que Washington podía imponer sanciones "diplomáticas y económicas" a Siria, país al que los portavoces de EEUU calificaron de "terrorista" y "paria", generando una sacudida en la comunidad internacional, temerosa de que la hiperpotencia se lance a una nueva guerra, tras su victoria en la de Irak. El secretario de Exteriores británico, Jack Straw, trató de disipar la tensión y prometió que Siria no estaba "en ninguna lista de un próximo" país a invadir.

OBSERVADORES

Muchos observadores descartaron que el presidente norteamericano, George Bush, pretenda emprender de inmediato otra campaña militar --puesto que sus tropas necesitarán al menos seis meses para consolidar su control de Irak--, e interpretaron las amenazas como una maniobra para presionar a Siria con el fin de que retire su apoyo a grupos armados palestinos como Hamas y la Yihad Islámica, así como a las guerrillas de Hizbulá que operan en el sur del Líbano.

Así que probablemente Washington sólo pretende, de momento, ayudar una vez más a su fiel aliado israelí, que ayer mismo arremetía contra Damasco, donde están los cuarteles generales de la resistencia palestina.

Aunque también puede querer distraer la atención sobre su gran fracaso de esta guerra: la incapacidad de capturar a Sadam, sus dos hijos o su círculo de lugartenientes. Convertido en el as de picas de la baraja de 55 cartas creada por EEUU con los rostros de los principales dirigentes derrocados, el dictador iraquí puede convertirse en una nueva pesadilla para Washington, como los fantasmas de Osama bin Laden, líder de la organización terrorista Al Qaeda, y del mulá Omar, exlíder talibán de Afganistán.

Como decía ayer el especialista británico Toby Dodge a la agencia Reuters: "Perder el rastro del mulá Omar fue de despistados; dejar escapar a Bin Laden fue estúpido. Pero si ahora también se les escapa Sadam, empezarán a parecer una panda de payasos".