El sentir general de las más de 3.000 personas que acudieron ayer a despedir a un hijo, a un padre, un novio, marido o cualquier otro tipo de relación familiar referida en femenino, era, lógicamente, de emoción. Sobre todo, emoción. No obstante, si se escabarba un poquito en esos sentimientos, al preguntar sobre qué les parecía que esos hijos, padres, novios, maridos o esposas tuvieran que ir a Irak, no tardaba en aflorar un rictus negativo, un gesto reflejo de contrariedad en bastantes ocasiones. Aunque también había quienes expresaban su orgullo y comprensión total hacia esa misión.

La respuesta más común era la de respetar el trabajo de los soldados profesionales: "Es una decisión suya, la respeto, no me gusta, pero le apoyo", manifestó Pilar.

El reencuentro de los militares con sus familias se desarrollaba de varios modos: con alegría, responsabilidad, transmitiendo normalidad o simulando indiferencia; siempre evitando la tristeza que sí embargaba a esas familias.

Fátima, una mujer que acudió a despedir a un sobrino, manifestaba que "el acto de despedida ha sido un poco fuerte ¿no? En el sentido de que se tienen que marchar".

NO PROFUNDIZAR Cuando se le preguntó si le parecía bien que fueran a Irak, en principio dijo que "bueno, no sé, es que tampoco quiero profundizar demasiado en eso, porque él quiere ir, le mandan que vaya, pues bueno". Fátima también consideró que tenía que haber habido autoridades civiles.

Este fue otro punto en el que coincidieron muchos de los preguntados, pero también señalaban que, para ellos, en ese momento lo importante era estar con sus hijos, padres, novios y maridos o esposas.