Como cualquier persona, Paula Plaiasu soñaba con una vida mejor que la que tenía en Rumanía, su país natal. «Trabajaba de dependienta y ganaba 70 euros al mes». Y un día se dijo: «lo voy a intentar». Aconsejada por una amiga que ya había emigrado a Almendralejo, decidió hacer las maletas y emprender el mismo camino que ella. En su ciudad, Plopeni, dejaba a toda su familia y a su hija de 9 años, pero salir de allí era la única forma de poder encontrar esa vida mejor.

Hace 14 años llegó a Almendralejo donde desde el principio estuvo trabajando limpiando casas y cuidando a personas mayores. «Trabajaba mañana, tarde y noche, fue muy duro, muy sacrificado los primeros años, pero aún así estaba contenta». Tras tres años sin parar, decidió traerse a su hija que ahora está estudiando en la universidad. Se compró un piso y se formó como mediadora cultural, su profesión actual.

Desde hace dos años Paula vive con su pareja en Villanueva de la Serena, donde trabaja como mediadora cultural en el ayuntamiento. Su vida está en Extremadura y no tiene pensado volver a Rumanía más que de visita. Ella dice que ha tenido suerte y que ahora tiene una vida normal aunque no ha sido fácil tampoco superar el estigma social. «Me han dicho muchas veces que me vaya a mi país. La gente decía que veníamos a robar y hasta que no te conocen bien no se llegan a fiar de ti, es duro», lamenta. Sabe que muchos de sus paisanos en la región han abandonado Extremadura porque no han encontrado esa vida mejor. «La situación ha empeorado con la crisis, hay menos empleos y peor pagados y sin trabajo no pueden mantenerse aquí, qué van a hacer, tienen que moverse a otros sitios o volver con sus familias a Rumanía, un país gris, donde no existe la clase social media. Allí eres rico o pobre».