No hay un número exacto pero todos recuerdan 1980 como el año más cruel de ETA. Ese año, la serpiente y el hacha de la banda terrorista se cruzó en la vida de Avelino Palma, pero también en la del primer niño asesinado por los etarras. José María Piris Carballo tenía 13 años y era hijo de emigrantes extremeños en Azcoitia, localidad guipuzcoana a la que sus padres llegaron en 1973 en busca de trabajo en las acerías.

José María regresaba a casa la mañana del 29 de marzo tras jugar un partido de fútbol. Vio una bolsa de deportes caida bajo el coche de un vecino guardia civil. La curiosidad le llevó a investigar qué había y la bomba le estalló en las manos. Aquella experiencia fue más que suficiente para que su familia decidiera regresar a su tierra, a San Vicente de Alcántara, donde aún no ha podido olvidar aquel trágico día.

Meses después la víctima fue Avelino Palma, quien llevaba escasamente un mes destinado en el País Vasco. "Fue un tres para tres, se acercaron y los dispararon en la cabeza. Mi marido murió en el acto", recuerda Manuela Orantos. El guardia civil extremeño fue una del casi centenar de víctimas de ETA en 1980. Fue un año en el que la banda terrorista mató como nunca; un año en el que ETA no mató nombres, ni siquiera galones. Sus comandos apenas salieron de Euskadi.

En 1980, España vivía agazapada. Se celebraron las primeras elecciones al Parlamento autonómico vasco, lo que posibilitó 26 días de tregua como regalo etarra por la vuelta del autogobierno al País Vasco. Sin embargo, el Ministerio del Interior cifó en 91 las víctimas a causa de la violencia etarra. Pero en los periódico había más muertos, demasiados, en una herida que sigue abierta hoy.