A Iniesta se le vio anoche deslizarse --¿o era volar con el balón cosido a su bota?-- por el césped del mítico Ellis Park antes de otear el horizonte, con esa elegancia que acostumbra, y servir un maravilloso y preciso pase a Pedro. Este disparó al palo y Villa, un delantero que vale una mina --40 millones son ahora una ganga-- capturó el rebote para conseguir el gol que colocó a España al borde de la cima. Con suspense, eso sí, porque la pelota tocó dos veces más en la madera antes de entrar, pero la selección acaricia la eternidad.

Un gol que rompe todos los techos de la selección. Está donde nunca había estado. En las semifinales de un Mundial donde le espera la refrescante Alemania de Löw, el técnico que acabó ayer con la insoportable charlataneria de Maradona. Leo Messi no estará donde quería, pero, en el fondo, Argentina recibió ese golpe durísimo porque su fútbol no estuvo a la altura. El de España, tampoco. Al menos, en la primera mitad, ahogada por la presión de la atrevida Paraguay.

LOCOS BAJITOS Todo cambió en la segunda mitad cuando Del Bosque, ese seleccionador que ya forma parte de la historia, metió mano en el equipo y volvió a la esencia. Primero con la entrada de Cesc por Torres y después de Pedro por Xabi Alonso, volvió a tener la pelota. A jugar con esos maravillosos y locos bajitos que han cambiado la mentalidad del fútbol español.

Pero hubo mucho más que los siete del Barcelona. Sin el penalti parado por Casillas --se redimió con una grandeza insólita de un Mundial extrañísimo para él donde ha sido más portada de la prensa rosa que de la deportiva-- nada bueno habría sucedido finalmente. Sin esas manos de un grandioso Casillas, el pulmón de Ramos, la inteligencia de Cesc --este chico ve el fútbol como los ángeles-- y las piernas de Capdevila, España no soñaría con hollar el Everest.

PENALTIS FALLADOS Tocó sufrir. Y mucho, pero nadie ha dicho que alcanzar la cima más grande del planeta sea un camino fácil.

En la primera parte, a España no le llegaba el oxígeno. En la segunda, en cambio, comenzó a tocar, tocar, tocar, tocar y, al final, hasta pareció que llegar a semifinales fue coser y cantar. Ni mucho menos. El partido se encendió con dos minutos realmente increíbles. Volcánicos. Lo nunca visto tampoco. Un absurdo penalti de Piqué --hizo una infantil llave de judo a Cardozo-- situó al campeón de Europa al borde del precipicio. Pero entonces supo que sigue teniendo portero. Lo que comprobó después es que Villa no solo marca goles (lleva cinco, es el pichichi del Mundial) sino que provoca penaltis. Pero Xabi Alonso falló en su segundo intento, el primero fue gol pero se lo hicieron repetir. ¿Por qué? Ni se sabe. Tampoco se sabe porque el árbitro, el nefasto guatemalteco Bartres, no señaló penalti en la entrada de Villar a Cesc.

DOMINA EUROPA Hecho un puro fuego el partido, España supo, al fin, encontrar la calma a través de la pelota. Paraguay no podía corre tanto como antes y fue entonces cuando comenzó a sonar una música celestial en el Ellis Park de Johannesburgo. Xavi tenía el balón, Iniesta volaba --esa jugada suya, llena de belleza, quedará para siempre en el recuerdo--, Busquets y Alonso se coronaban con otro partido de libro y Villa, ¡sí,Villa! daba a España el gol que entierra el recuerdo de Zarra.

En un Mundial dominado hasta hace un par de días por las selecciones suramericanas, se han colado tres europeas en las semifinales: España y Alemania reeditarán el miércoles en Durban la final de la Eurocopa del 2008 y Holanda tendrá que derribar la garra de Uruguay para llegar a la final del próximo domingo en el Soccer City de Johannesburgo.

Ya no están ni Dunga --que pervirtió el alma a Brasil--, ni Maradona --que probablemente no ha sabido darle a Messi lo que necesitaba--, ni el caduco Capello, ni el impostor Domenech, ni Lippi. Ni Rooney, ni Cristiano Ronaldo, ni Messi... Las estrellas desfilan para casa mientras la España más talentosa que se recuerda destroza barreras que parecían utópicas.