«Estoy más a gusto que un piojo», expresa José Manuel con una sonrisa que le ilumina la cara. Hace apenas un mes que él, de 30 años, y Antonia, de 34, comparten piso. Conviven en un hogar que han decorado con mimo, en el que se organizan matemáticamente para repartirse la limpieza, la comida, la compra semanal... «Quería mi independencia, mi espacio», asegura ella, que fue quien llevó la iniciativa para que pudieran disfrutar de una vida en pareja. «Yo es que tenía un poco de miedo porque era la primera vez, pero me dije: ‘adelante’», apunta él.

Han alquilado un piso de tres habitaciones y mucha luz que les cuesta 250 euros al mes. Para ellos, poder costearse esta vivienda y compartirla como novios es haber ganado una gran batalla que empezaron hace tres años, cuando se conocieron en Plena Inclusión Montijo.

José Manuel Gómez Coria y Antonia Lozano Muñoz son personas con discapacidad intelectual y han evidenciado que los muros se rompen, que las barreras se saltan. «Queríamos demostrar a la sociedad que nosotros podemos llevar una casa solos», lanzan como mensaje.

Y lo han logrado: se han convertido en la primera pareja de Extremadura que, gracias a los recursos de la asociación, ha conseguido vivir juntos y de manera autónoma.

Distintos caminos

José Manuel es de La Garrovilla y siempre había residido allí con sus padres. Llegó como usuario a Plena Inclusión Montijo con 21 años. Conoció a Antonia trabajando en la cocina del Centro Especial de Empleo.

Ella ha superado un camino con muchos obstáculos. Desde los ocho a los 18 vivió en el centro de menores San Juan Bautista de Badajoz, donde habitan los niños cuyas familias no pueden hacerse cargo de ellos. Allí creció con sus cuatro hermanas. Cuando cumplió la mayoría de edad se mudó a un piso tutelado con ellas. «Después me fui con una pareja que tuve». De esa relación nació un hijo, ahora adolescente, que está en acogida con una de sus hermanas, la que es su referente y quien la ha ayudado en todo este proceso.

Antonia llegó hace casi cuatro años a una de las viviendas tuteladas de la asociación. Compartía piso con otras siete usuarias y una monitora que presta una atención de 24 horas en este tipo de recursos.

Al principio hacía labores de limpieza, también se empleó unos meses en una empresa de fruta y luego empezó a trabajar en los caterings que se sirven en los colegios. Fue ahí cuando José Manuel se cruzó en su vida. «Al principio éramos amigos y luego ya siguió la relación», explica Antonia. «Me gustó porque era una persona buena y se portaba muy bien conmigo».

«A mí es que me gusta todo de ella», expresa él. Y añade: «La primera vez que la vi me llamaron la atención sus ojos». De color azul profundo.

No se lo pensaron mucho antes de plantear a sus monitores que querían vivir juntos, que querían su propio hogar.

¿Cómo ha sido el proceso?

La gerente de Plena Inclusión Montijo, Mª Ángeles Huertas, explica cómo ha sido la evolución: «Lo primero que debían tener claro es que para mantener una casa necesitaban un trabajo y un sueldo». Asistieron a varios cursos de formación hasta que ambos consiguieron mantener un empleo. Pusieron mucho empeño. «Yo iba ahorrando mi dinero porque tenía claro que me quería ir», asegura Antonia. «A mí como se me meta algo en la cabeza, voy para adelante. No lo pienso, aunque sea con un sacrificio», agrega José Manuel.

El siguiente peldaño era que él dejara de residir con sus padres y solicitara plaza en el piso tutelado para iniciar la convivencia. Hubo que cambiar el formato de estas viviendas y convertirlas en mixtas. «Compartían habitación, fuimos probando y en verano, cuando los demás se fueron de vacaciones, ellos se quedaron solos un mes para que poco a poco asumieran responsabilidades. Porque no es lo mismo que les toque hacer la cena un día a la semana a que tengan que encargarse de la casa todos los días», manifiesta Mª Ángeles.

Durante algo más de un año convivieron así. «Mis compañeros sabían que yo me quería ir ya, que necesitaba mi espacio. Hay mucha gente que tiene ganas de hacerlo, vivir independiente», asegura Antonia. «En ese periodo tuvimos que trabajar mucho con ella porque es un carácter distinto a José Manuel y tenía sus conflictos. Le decíamos que con tanta gente no se podían hacer las cosas a su manera. Ahora es cuando ella está bien», destaca la gerente. «Yo sé que me reñían mucho, pero es que yo veía las cosas por el medio, sucias..., y me enfadaba», replica Antonia.

Contó con la ayuda de su hermana para buscar, a través de una inmobiliaria, el nuevo hogar, situado en Montijo (unos 15.600 habitantes). Cuando el equipo directivo de Plena Inclusión consideró que estaban preparados, dieron el paso.

«Ellos trabajan con nosotros, de manera que están en un entorno protegido y cuentan con los recursos en cualquier momento. Pero además nuestra asociación -habrá otras que no lo valoren así- cree en este tipo de proyectos, por eso lo hemos impulsado», resalta Mª Ángeles.

Disponen además de una profesional (una pedagoga del centro) que acude dos días en semana. «Ve cómo llevamos la casa, la alimentación, el gasto...», cuenta Antonia. Y ellos pagan un precio simbólico por este apoyo. La gerente detalla cómo funciona: «No queríamos que el dinero fuera un impedimento para que pudieran realizar su proyecto de vida, por eso el coste es pequeño, pero por otra parte la idea era que hicieran una aportación porque cuando algo tiene un precio se valora más».

Dentro de sus responsabilidades como autónomos también está, por ejemplo, que Antonia debe tomarse una medicación diaria para la epilepsia. «Que ellos mismos se encarguen de esta tarea es algo en que se insiste mucho en los pisos tutelados».

Confiar en el proyecto

«Hay quien puede pensar que los recursos de Plena Inclusión Montijo no están para que dos usuarios se vayan a vivir juntos. Pero es que nosotros reivindicamos un cambio de mentalidad a la hora de trabajar con las personas con discapacidad. Hay que escucharlas, saber cuáles son sus inquietudes, porque aunque necesiten apoyos, tienen su propia opinión. No podemos imponerles lo que consideramos que es lo mejor sin atender a qué quieren. Y también incidimos en ese tema con las familias. Por ejemplo, la madre de José Manuel lo primero que nos planteó era que por qué no se iban los dos a vivir La Garrovilla. Pero lo que esta pareja estaba pidiendo era disfrutar de independencia, de autonomía».

Partiendo de la realidad de que la discapacidad intelectual no está en la persona, sino que surge cuando el entorno no está adaptado, desde Plena Inclusión Montijo tienen claro que, para sobreponerse a los obstáculos, «muchas veces lo que tenemos que ser es innovadores y creativos».

«Obviamente los recursos económicos son fundamentales, pero no podemos olvidar que cambiar la forma de pensar y apostar por otros modelos en la manera de abrir el camino».

En la asociación, Antonia y José Manuel seguirán encontrando el apoyo que necesiten. Allí, por ejemplo, se trabaja la educación sexual. Se imparten diversas clases y se explican cuáles son los métodos anticonceptivos y cómo usarlos. Y, en caso de que fuera necesario, se presta ayuda para saber cómo funcionan los centros de Planificación Familiar o cualquier recurso que requieran dentro del sistema de salud.

Su hijo

«Antes de decidir que quería vivir con él, estuvimos hablando para ver si era posible hacerlo con mi hijo, porque fue lo primero que pensé», recuerda Antonia. Pero al final esa posibilidad no salió adelante. «Pero tener este hogar le permite que los fines de semana él venga a visitarla con su hermana, que además tiene otros dos niños. Y se pueden quedar a dormir», afirma Mª Ángeles.

En las miradas de ambos se ve reflejada la felicidad de quien está de estreno, pero también la satisfacción de quien ha seguido un camino y ha logrado llegar a su meta. «Tenemos los mismos derechos que los demás, ¿por qué no podíamos hacerlo?», expresa José Manuel.

En su rutina diaria, por la mañana acuden a su puesto de trabajo y por las tardes hacen actividades. Antonia, por ejemplo, asiste lunes y miércoles a clases de flamenco. Y los dos son voluntarios de Protección Civil en La Garrovilla.

Una puerta abierta

Saben que han abierto un camino y les gustaría que otros compañeros siguieran sus pasos. «Pero si quieren su independencia tiene que ser con cabeza y estar seguros de lo que van a hacer, porque esto cuesta mucho», aseguran.

¿Cómo se sienten? José Manuel dice que cada día que pasa más fuerte para hacer otras cosas, «porque tienes una responsabilidad muy grande». Y Antonia responde: «A mí me sentaba muy mal que iba a los sitios con otros compañeros y la gente nos miraban mal. Porque claro, a mí no se me nota tanto, pero a otros sí, y me molestaba mucho. Porque somos todos iguales».

Ahora, tres años después de iniciar este camino, cruzan sonrisas y coinciden en que esta experiencia les ha cambiado la vida por completo. «Era lo que queríamos, hacer lo que todo el mundo. Y lo hemos conseguido», expresa Antonia con gran complacencia.