Era alto y delgado, parecía conocer Irak al dedillo, hablaba en árabe a sus colaboradores y criticaba el comportamiento de los militares norteamericanos, su aislamiento, su incapacidad para mezclarse con la población civil iraquí. Este era Alberto Martínez González, comandante de Caballería del Ejército de Tierra, máximo responsable de los servicios secretos españoles en Irak. Natural de la localidad asturiana de Pravia, tenía 43 años, estaba casado con la asturiana Charo García y tenía un hijo, Alberto, de 12 años.

A pesar de la dureza, Alberto parecía disfrutar de su trabajo en Irak. Durante un encuentro que mantuvo con el enviado especial de El Periódico de Catalunya en la Universidad de Kufa, --el lugar donde tiene su base el contingente de la Brigada Plus Ultra destacado en Nayaf-- en los días posteriores al atentado que acabó con la vida del ayatolá Mohamed Baqr al Hakim y a otras 82 personas, al responsable de los servicios secretos españoles le obsesionaba la idea de poner en marcha proyectos para enderezar la economía local. "Con sólo reparar la fábrica de cemento se conseguiría dar trabajo a un buen número de gente, convencer a los lugareños de la buena voluntad de las tropas ocupantes y alejar a muchos shiís de las tentaciones de empuñar las armas", afirmaba.

"UNA PATATA CALIENTE" En su opinión, EEUU había dejado "una auténtica patata caliente" a las tropas españolas en Nayaf, porque durante los meses en que ocuparon la provincia iraquí, hicieron "muy poco" para congraciarse con los locales. Nunca entendió porqué el Gobierno español aceptó asumir el mando militar en la provincia de Nayaf. "Nayaf es un centro religioso de primer orden; aquí convergen los intereses de un gran número de creyentes y países", dijo en aquella calurosa mañana de septiembre, bajo la sombra de uno de los abandonados edificios que, durante aquellos días en que España todavía no había asumido el mando militar en la ciudad santa shií, servían de cuartel a marines de EEUU y soldados salvadoreños y españoles.

Martínez temía especialmente que, tras la desintegración del régimen de Sadam y la escasa vigilancia de las fronteras iraquís, el peregrinaje de shiís a la ciudad santa se hubiera liberalizado, lo que podía atraer a radicales de los países vecinos. "Es necesario controlar las fronteras mejor". Porque "esto no es Bosnia", como solía sentenciar a quien le preguntaba sobre Irak.

GRAN VOCACION Alberto Martínez siempre había mostrado una gran vocación por el Ejército y todos los intentos de su abuelo para que realizara otra carrera fueron baldíos. "Siempre quiso ser militar y ni la guerra fue capaz de hacerle desistir", recordaban ayer su tío Pepín López y su tía Adelita Martínez desde su domicilio de Las Riberas.

Tras su paso por la academia de Zaragoza, tuvo varios destinos: Madrid, Valladolid, donde fijó su residencia, y desde hacía tres años Irak, donde estaba adscrito al CNI como jefe de zona. Había sido el oficial superior de José Antonio Bernal, asesinado en octubre en Irak.

El sábado, apenas una semana antes de ser asesinado, se trasladó a Somao con su familia para visitar a sus suegros. A sus tíos les comunicó que el martes marcharía por última vez a Bagdad, ya que tenía previsto regresar dentro de un mes a España. Su próximo destino iba a ser el País Vasco.

REUNION FAMILIAR En Somao, la familia se había reunido ayer. Su suegro, Jesús García, estaba desolado mientras recibía las constantes muestras de pésame de sus vecinos. En la casa, su esposa y su nuera esperaban la llamada de su hija Charo, que se había trasladado a Madrid con su hijo Alberto y uno de sus hermanos para recibir la llegada del féretro con los restos mortales del jefe militar.