«Pensé que me iba a morir. Nunca en mi vida había pasado tanto miedo». Así describía Marta Mero Borrega, una psicóloga pacense, lo que la tarde de ayer vivió en Barcelona. Lo hacía tan solo unos minutos después de salir de un bar de una calle cercana a Las Ramblas, en el que permaneció encerrada durante tres horas y media tras el atentado terrorista. Esta joven de La Codosera llegó el miércoles a la ciudad condal para pasar un par de días con unos amigos antes de viajar a Perú de vacaciones.

Ayer había quedado con una amiga en la plaza de Cataluña. Iba en autobús urbano por Las Ramblas en esa dirección cuando se produjo el atentado. El vehículo se detuvo y vio una avalancha de gente corriendo y gritando. «No sabíamos qué pasaba ni si bajarnos o no». Tras unos momentos de tensión, el conductor del autobús abrió las puertas para que los viajeros que quisieran pudiesen apearse. Ella lo hizo. Se había quedado sin batería en el móvil, estaba sola y apenas conoce Barcelona. Trató de seguir hacia la plaza de Cataluña para encontrase con su amiga, pero las calles estaban cortadas. Mientras caminaba vio a varias personas tiradas en el suelo sangrando y decenas de policías. Decidió entrar en un bar para recargar su teléfono y poder comunicarse con la persona que la esperaba. La dueña del establecimiento la convenció para que se quedase hasta que la situación se tranquilizara.

El bar donde se refugió estaba al lado del que los terroristas se atrincheraron con rehenes, lo supieron mientras se encontraban en el interior. De repente, según contó, una veintena de personas entraron corriendo en el local y gritando que estaban disparando por la calle. El pánico se apoderó de todos los que estaban allí. «Fuimos a la cocina, en la parte de abajo, y nos refugiamos debajo de los fogones. Me tapé la cabeza, creía que moriríamos allí», explicaba. Cerca de ella había una madre con dos niños pequeños. «Nadie sabía qué estaba pasando fuera, unos decían una cosa, otros otra… Ha sido el peor momento de mi vida», aseguraba.

Los dueños del bar habían cerrado la puerta ante el temor de que los terroristas pudieran entrar y todos permanecieron a la espera de que la situación estuviera controlada. Eso fue pasadas las ocho de la tarde. Estaba todo acordonado, pero, junto a un amigo que se acercó a recogerla, pudo coger un taxi tras caminar 20 minutos. Mientras lo hacía iba contando a este diario su testimonio. «Solo quiero llegar a casa, hasta que no lo haga no se me pasará esta sensación de terror», decía mientras el taxi ya estaba lejos de la zona del atentado.

DESASOSIEGO

El testimonio de esta pacense evidencia el desasosiego vivido ayer en Barcelona, el cual también fue alimentado por cientos de mensajes, fotos y vídeos que colapsaban los móviles a través de whatsapp, que alertaban, que asustaban, que hablaban de amenazas de bomba... Así lo vivieron otros extremeños que trabajan en la ciudad condal: muchos nervios, el temor de no saber qué estaba pasando realmente y la necesidad de comunicar a familiares y amigos que ellos se encontraban bien. «Todo el mundo estaba histérico porque llegaban cientos de whatsapps de todo tipo. Siempre había ese rumor de que estábamos en alerta máxima y de que fuéramos con cuidado, pero no te esperas que ocurra», manifestaba Lucía Barroso Mancera, que tiene 30 años, procede de Villafranca de los Barros y trabaja en Barcelona en una empresa de gestión tecnológica. «Yo estaba fuera de la ciudad, pero tengo tiendas en el centro y se han llenado de gente gritando muy asustada, no se podía salir a la calle y ha sido muy angustioso», relataba María Recio Caballero, oriunda de Almendralejo pero que llegó a la ciudad condal con 7 años.

Prudencio Exijo Alonso, de 63 años y presidente del Hogar Extremeño de Barcelona (a donde llegó hace 53 años desde Villanueva de la Serena), apuntaba: «Las calles se llenaron del sonido de policía y ambulancias. Han atacado el emblema de la ciudad. Y menos mal que toda esa zona es peatonal y no se puede acceder en coche, de manera que no ha podido entrar a mayor velocidad, porque hubiera sido aún más terrible, porque Las Ramblas en verano es una masa humana caminando, hay muchísima gente».

Desde Hospitalet de Llobregat, José Luis Martín, cacereño de 53 años que trabaja de personal de seguridad en un parking en la zona de la Sagrada Familia, contaba: «Estamos muy nerviosos, y asusta porque en el fondo pensábamos que podía pasar, porque siempre había ese rumor».