El 26 de diciembre de 1989, el joven José Ventura Calderón mató a tiros a tres niños en la barriada pacense de Antonio Domínguez. Era esquizofrénico y declaró, fruto de sus alucinaciones, que los crímenes los cometió en nombre del dios Moloc. Es uno de los episodios más truculentos de la historia reciente de la crónica negra extremeña, en la que destaca el crimen de Puerto Hurraco y en la que el caso de Oliva pasa a ocupar un lugar destacado.

El factor de desequilibrio psíquico es fundamental para entender algunos de estos crímenes. Ventura Calderón, hijo de un teniente del Ejercito del aire jubilado, fue condenado por los asesinatos de Manuel Macarro, Francisco J. Vázquez y Antonio Rosas en Badajoz, pero el juez estimó que no era dueño de sus actos, por lo que fue recluido en el psiquiátrico de Sevilla.

En el caso de Puerto Hurraco, los hermanos Antonio y Emilio Izquierdo, que mataron con sus escopetas a 9 personas e hirieron a 12 el 26 de agosto de 1990, fueron condenados a 684 años de cárcel en enero del 2004. El desequilibrio de unas personas que son capaces de cometer una matanza como esta es evidente, sin embargo en el juicio quedó acreditado que sabían lo que hacían.

Al principio se involucró a las hermanas, Angela y Lucía, como posibles inductoras del crimen, pero estas fueron exculpadas al no encontrar el juez pruebas suficientes que demostrasen su implicación. Fueron ingresadas en el psiquiátrico de Mérida.

Buceando en la hemeroteca, se encuentran otros episodios macabros. Por ejemplo, en marzo de 1988, un hombre desalojó un bar de Táliga y mató a un niño de 10 años. Le amputó las manos y le cortó la cabeza, que después quemó en la chimenea del establecimiento.

Ese mismo año, en agosto, el conocido abogado cacereño Antonio Palao mató a su hijo de 19 años. Un año después, en el mes de marzo y también en la capital cacereña, tuvo lugar el conocido como crimen del candelabro , dado que una mujer asesinó a su marido, que era paralítico, con este objeto contundente.

Almendralejo adquirió un triste protagonismo en los años siguientes, con los asesinatos de la joven Maite Santos, en el mes de diciembre de 1994, y un histórico caso de violencia machista, cuando el 1 de enero de 1998 un maltratador mató a su esposa y luego se suicidó él. El hecho dio pie a una de las primeras grandes manifestaciones contra los malos tratos a mujeres que se recuerdan en la región.

Más recientemente, Cáceres ha registrado otros dos crímenes de gran impacto social, el del joven Alejandro Clemente en la zona de La Madrila en la noche de Reyes del 2005, a manos de Alejandro Martín; y el de Antonia Pérez, que fue degollada por el que fue su pareja sentimental el 20 de mayo del 2006 en un piso de la calle Hernán Cortés.