En noviembre de 1997, Fernando Bermejo ya era jefe del parque municipal de bomberos. Recuerda que el día 5 vio la información meteorológica en varios canales de televisión y en uno de ellos se hablaba de "una borrasca explosiva que haría mucho daño donde descargarse". No imaginó que pudiera ser Badajoz.

En el parque de bomberos no paraban de sonar los teléfonos, con todos los efectivos en la calle --incluso los que estaban libres de servicio-- él mismo se encargaba de atender algunas llamadas. "Le decía a la gente que se subiera a la planta de arriba de su viviendas, que estábamos cerca, pero la situación era muy complicada, los camiones no podían entrar en el Cerro de Reyes y la corriente era tan fuerte que no podíamos usar las barcas".

Bermejo se trasladó a la Delegación del Gobierno, donde se montó el gabinete de crisis, para notificar que la situación estaba "fuera de control" y que preveía un número importante de víctimas. Allí paso la noche "sufriendo y tratando de solucionar problemas".

La mañana siguiente, cuando fue al Cerro de Reyes se encontró con un paisaje "desolador". Una de las imágenes que más le impactó fue ver huellas de dedos a menos de diez centímetros del techo de una vivienda. "Eran las marcas de la desesperación de una familia, que afortunadamente se salvó".

"Lo mismo que fue impactante el dolor, también lo fue la riada de solidaridad que siguió a la tragedia", recuerda Bermejo, quien reconoce que "a veces se te saltaban las lágrimas de ver los esfuerzos de unos por ayudar a otros".

El jefe de Bomberos cuenta que los dos años siguientes a la riada se producía "cierta psicosis y mucha tensión cada vez que llovía. Supongo que quienes la vivieron directamente, a pesar del tiempo transcurrido, aún lo pasarán mal".