El 1 de junio escribí que, si Zapatero quería evitar la debacle, debía hacer un profundo cambio de Gobierno. Lo ha hecho. Para mí con excesivo retraso. Pero el timing es el correcto para un navegante consumado. No podía hacer crisis y que el nuevo Gobierno tuviera que comerse el marrón de una huelga general contra las reformas de Elena Salgado. Tampoco convenía que naciera con la espada de Damocles de los presupuestos. Y mejor si un pacto de legislatura garantizaba llegar a las generales del 2012. Y encima nos ha distraído a todos con Celestino Corbacho.

Es la crisis más fuerte de Zapatero. Releva a una vicepresidenta política (cargada de verbo progre) por un político inteligente y sobrado de profesionalidad. Erigir a Rubalcaba --en un papel que recuerda al de Alfonso Guerra-- es oficializar el fin del recreo progresista (que acabó con el ajuste de mayo) y la llegada de unos socialdemócratas tan cargados de racionalidad como reticentes al puño en alto. Es confesar que el zapaterismo es hijo del felipismo.

En esta línea está también el nombramiento de Ramón Jáuregui, al que Zapatero exilió a Europa hace poco, para Presidencia. Jáuregui ya sonó como posible titular del Interior para sustituir a Corcuera. Aún tiene cara de joven aplicado y presidió la gestora vasca que enterró (Patxi López mediante) la tentación aznarista de Redondo Terreros.

Y se puede decir algo similar de Marcelino Iglesias, el presidente aragonés (ya lo era antes de Zapatero), pacificador del PSOE regional y con estilo moderado y discreto. Han buscado para Ferraz a alguien muy distinto a la militante, algo gritona, Leire Pajín (aunque Leire y Marcelino son amigos). Este eje del Gobierno se ve reforzado por la continuidad de Salgado y el mayor poder de Blanco.

Pero hay más. Un decidido guiño a los sindicatos con Valeriano Gómez, cercano a UGT, en Trabajo. El presidente quiere reintentar el diálogo social. Y la entrada de Rosa Aguilar, la exalcaldesa comunista de Córdoba harta de IU, indica que Zapatero no quiere ceder votos por la izquierda. Además, la nueva vía zapaterista es premiada por su fidelidad. Trinidad Jiménez se hace con Exteriores (sin cambio de línea) y Leire Pajín, que pierde poder en el partido, recibe un ministerio hecho a su medida.

Algunos, más tras el tortazo de las primarias, daban por muerto a Zapatero. Pero ha tenido una buena transfusión (el pacto con el PNV) y ahora exhibe facultades al plantar cara a la desgracia con un equipo de concentración de tres familias socialistas: el neofelipismo (Rubalcaba, Salgado, Jáuregui, Chaves), el zapaterismo fiel (Trinidad y Leire), y la sensibilidad izquierdista (Gómez y Rosa Aguilar).