Dice el informe del instituto cacereño de Asuntos Sociales que los pobres severos viven con menos de 5,3 euros al día. Carolina Valverde tiene que conformarse con casi la mitad. Esta joven valenciana de 25 años gana 300 al mes, de modo que sólo dispone de 10 euros al día para ella y sus dos hijos de 2 y 6 años, es decir, 3,3 por cabeza. El problema se agrava porque Carolina en realidad no tiene dinero, nada de dinero. El alquiler del piso le cuesta 350 euros al mes, en definitiva, más de lo que cobra.

"Tengo que hacer auténticos milagros para tirar adelante", relata cabizbaja con los dedos entrecruzados sobre la mesa camilla. Sus hijos juegan a su lado con unas alas de plástico, discuten por ellas, el pequeño llora, su madre le consuela, los dos niños se ríen, parecen ajenos a todo. Carolina los mira: "Gracias a ellos yo estoy aquí, me ayudan a no sentirme sola, los tres nos necesitamos, sin mis hijos yo no sé qué haría...".

La joven sobrevive con la poca ayuda que le envía su familia: "Mi madre hace lo que buenamente puede, porque también está limitada", explica. Ni siquiera se plantea volver con los suyos por sus difíciles circunstancias personales. "Llegamos a Cáceres hace unos meses y aquí al menos estamos tranquilos, pero necesito más trabajo". El Instituto Municipal de Asuntos Sociales le facilitó un dinero para el alquiler que ya se agotó. Tendrá que mudarse pero no conoce la ciudad y está muy limitada por sus hijos. Cáritas intenta buscarle algún empleo más. Ella trabaja en la limpieza de una casa dos días por semana y sólo tiene su salario. No es suficiente. "Si yo encontrara otras casas...".

El problema de Carolina es doble. Por un lado, reconoce que en Cáceres está desorientada y no sabe cómo transmitir debidamente su problema para conseguir una ayuda más continuada. Al menos sus hijos comen todos los días debidamente, el mayor en un colegio y el menor en una guardería, ya que la Casa de la Mujer se interesa por su situación, incluso facilita ropa a Carolina. El segundo problema es que la joven está muy condicionada por los niños. "He mandado currículums, trabajaría de lo que me saliese día y noche, ¿pero dónde dejo a mis hijos?".

Cuando se le pregunta cómo paga el supermercado, los medicamentos, los zapatos o la electricidad, la joven se encoge de hombros y mira desolada: "Voy pagando como voy pudiendo, pero a los niños intento que no les falte. Eso es lo que peor llevo: verme sola para atenderlos".

Y aunque se confiesa positiva ("esto tiene que pasar, un bache lo tiene cualquiera", dice), lo cierto es que su cara es el espejo del alma. "Me apetece poco salir --reconoce--, le doy vueltas a la cabeza, me viene la tristeza...". Con 25 años, su trayectoria vital no ha sido nada agradable. "No quiero amistades, no tengo buenas experiencias, prefiero estar sola, dedicarme a mis hijos, y trabajar, trabajar, trabajar...".

Carolina calla. Le cuesta contar sus cosas. Sólo vuelve a hablar cuando se le pregunta por un deseo. Entonces abre sus ojos como no lo había hecho en toda la tarde: "Un piso de protección oficial para dedicar el sueldo a mantenernos, pero eso para nosotros es difícil...". Entonces baja de nuevo la cabeza, se mira las manos y aguanta la emoción.