Coria, San Vicente de Alcántara, Medellín, Mérida, Almendralejo, Ceclavín, Salorino, Mirandilla, Talarrubias, Villar del Rey, Guareña, Salvatierra, Llerena, Llera, La Haba, Berlanga, Herrera, Jerez..., o los enterramientos asociados a los campos de concentración de Plasencia, Castuera, Navas del Madroño, Trujillo, de nuevo Mérida y Badajoz, marcan el mapa de las fosas comunes que pueden albergar a un mayor número de desaparecidos por la represión franquista.

No son sin embargo los únicos lugares. Continuamente llegan a los colectivos de recuperación de la memoria testimonios de gentes que afirman que en sus pueblos también hubo gente que fue detenida y cuyo rastro se esfumó. Prácticamente en todas las localidades de la región existen sospechas de que hay cadáveres sin nombre bajo la tierra de los campos.

El trabajo para devolver los restos a las familias no ha hecho más que comenzar. A veces, como en el caso de Ceclavín, los primeros resultados son decepcionantes, pero también lo fueron en Mérida, donde sólo muy recientemente han empezado a aparecer algunos restos de los desaparecidos, que se estiman en unos 3.500.

En ciertos lugares, como es el caso de San Vicente-Alburquerque y Castuera, el horror va a asociado a parajes concretos. En el primer caso, la mina de Valdihuelo, cuyo nombre fue silenciado durante años, igual que la mina Gamonita, en Castuera, donde se supone fueron arrojados muchos fusilados, y cuyas bocas fueron cegadas después.

Ahora se va sistematizando un trabajo que venía siendo más voluntarista que científico. La última incorporación, anunciada por la Junta, ha sido la utilización de un sistema de detección de fosas mediante infrarrojos. El procedimiento está siendo empleado de forma experimental en Castuera, y podría significar un uso más eficaz de los recursos, al evitar excavaciones en lugares erróneos y permitir la localización mucho más rápida de los enterramientos.