La celebración de las elecciones autonómicas en 10 comunidades autónomas y las municipales en toda España, así como la designación del candidato del PP a la presidencia del Gobierno que habrá de suceder a José María Aznar, son los dos acontecimientos que van a marcar políticamente el año que está empezando. Esto es lo único que sabemos con seguridad. No sabemos cuáles serán las consecuencias políticas de la crisis del Prestige o las de la desaceleración económica, o las de la reforma del IRPF, pero lo que sí sabemos es que, sean cuales sean los resultados de las elecciones autonómicas y, sobre todo, municipales, y sea cual sea el desenlace de la carrera sucesoria en el PP, de estos dos acontecimientos dependerá la próxima mayoría parlamentaria y la dirección de la acción del Estado durante la próxima legislatura.

En realidad, estos dos acontecimientos vienen gravitando sobre la vida política española desde hace ya bastantes meses. Desde que el Gobierno se complicó la vida con la aprobación del decretazo , desde que se la complicaron los sindicatos con la huelga general del 20-J y desde que José Luis Rodríguez Zapatero supo aprovechar la ocasión para situarse en el centro del espacio político, la vida española no se entiende sino por referencia a las elecciones de mayo del 2003 y, en conexión, por referencia a la sucesión de José María Aznar. No de otra manera se pueden explicar decisiones como la de designar, con celeridad y contra todo pronóstico, a Ruiz Gallardón candidato a la alcaldía de Madrid, a Esperanza Aguirre o Adolfo Suárez Illana como candidatos a las comunidades de Madrid y Castilla La Mancha respectivamente, así como la prontitud con que el PSOE decidió la designación de sus candidatos.

Pero una cosa es que esos dos acontecimientos graviten sobre la vida política y otra muy distinta es que la vida política gire en torno a ellos. En el 2002 se ha especulado. En el 2003 llega la hora de la verdad. Primero con la decisión de los ciudadanos. Después con la decisión de la dirección del PP. La decisión ciudadana, especialmente en las elecciones municipales, es el acontecimiento más decisivo. Hasta la fecha, la conquista del poder municipal ha sido el paso previo para lograr el poder en el Estado. El triunfo de la izquierda en las municipales de 1979 (con los peores resultados socialistas en todas las elecciones de la democracia, compensados con los mejores resultados comunistas de toda la historia) fue el anticipo de la victoria electoral socialista del 82. Hasta que en 1991 no avanza muy significativamente en las municipales, el PP no se convierte en alternativa de gobierno, como pondría de manifiesto en 1993. Pero sería su victoria con claridad en las municipales del 1995 la que anticiparía su llegada al Gobierno en 1996. Si el PSOE no consigue imponerse al PP en las municipales, en número de votos en toda España y en la conquista de poder municipal visible, es sumamente improbable que pueda llegar al Gobierno en el 2004. Y a la inversa.