Las Hurdes se recuperan con rabia. "De aquí no nos saca ni el fuego. Si hemos resistido mil calamidades no nos va a echar ahora un incendio". En las alquerías, en los poblados, en los huertos y los bares, los ánimos trazan una línea quebrada: van del derrotismo a la resistencia.

Las Hurdes siguen siendo bellas y verdes. "Se han quemado 8.500 hectáreas de las 47.000 que tenemos, pero casi todas están muy cerca de la carretera y hacen más impresión", puntualizan Candi y Vicente, dos bomberos del Infoca, el servicio de prevención y extinción de incendios de la Junta.

Es un buen momento para viajar a Las Hurdes. En Ovejuela el fuego no se ve ni se huele y el verde sigue dominando los montes, aunque las crónicas hablen de que el incendio ha hecho estragos en el lugar.

Los vecinos se bañan en los ríos y toman el fresco a la sombra de los castaños. Sin embargo, los hoteles están vacíos, en las piscinas naturales se nada sin agobios y en los restaurantes siempre hay mesas libres.

La tierra quemada se localiza en zonas muy específicas. Es ahí donde la rabia, el llanto y los esfuerzos para ser optimistas se mezclan en un contraste esquizofrénico. En Horcajo, en Caminomorisco o Robledo se grita que el único camino que queda es volver a emigrar, pero alguien da un puñetazo sobre la mesa y proclama que hay que resistir.

Cuando los ánimos se calman, surge el miedo al futuro: "¿Qué va ser de nosotros el año que viene, y el otro, y el otro?", se preguntan sombríos Pilar Gómez, la apicultora, Ciriaco Martín, el olivarero, Antonio Iglesias, el hostelero... Piden ayuda, inversiones, créditos... No culpan a nadie salvo al viento.

"Nunca habíamos visto nada igual: en 20 minutos, las llamas avanzaban cuatro kilómetros". Sólo una denuncia subyace en las palabras de un bombero: "El fuego nos lo echaron desde Salamanca al prender contrafuegos allí".