Todo sangra en el hospital de Hilla. Sangran las víctimas por sus heridas; sangra el dolor de las madres que ven a sus hijos mutilados; y sangran los recuerdos de los médicos que se enfrentaron a la carnicería causada por las bombas de racimo que los aviones estadounidenses lanzaron el lunes sobre Nadir 3, un barrio de civiles de Hilla, la ciudad iraquí que se levanta hoy a 110 kilómetros de Bagdad donde hace 3.000 años se alzó la mítica Babilonia.

A las 10 de la mañana del lunes, los habitantes de Nadir 3 quedaron atrapados en el infierno desatado por esas bombas que, tras explotar en el aire, se dividen en cientos de pequeños explosivos que caen por doquier y que estallan uno tras otro arrasando zonas enteras. Durante dos horas sin parar, los aviones estadounidenses arrojaron un vómito de proyectiles que se multiplicó en miles de llamaradas al tocar tierra y que pilló a los civiles en sus casas o en la calle, que a esa hora estaba repleta de niños jugando.

TRAMPA DE FUEGO

Para esas gentes humildes, las aceras se convirtieron entonces en una trampa de fuego en la que murieron 33 personas y 400 resultaron heridas. "Estábamos en la calle cuando una especie de contenedores estallaron en el cielo y soltaron todas esas pequeñas bombas", explica deshecho Alí Abu Taleb, un campesino que ha perdido a su esposa y que pena ahora ante el lecho donde yace su hija de 3 años con el abdomen abierto por la metralla.

Aunque está destrozado, Alí alza la voz para explicar cómo es ser víctima de un ataque con bombas de racimo: "De pronto había bombas de esas por todas partes. El suelo estaba lleno de ellas. Las veías y eran como piedras que, de repente, explotaban una tras otra. Los estallidos nos rodeaban. Era terrorífico".

Alí se acerca a la cámara de un periodista y, como si a través del objetivo pudiera verle el presidente de Estados Unidos, grita: "Bush, ¿por qué nos haces esto? La guerra nos impide trabajar, no tenemos qué comer y, ahora, además, tus bombas matan a nuestras mujeres y niños".

Los médicos denuncian el tremendo efecto de las bombas de racimo. "Tengo experiencia médica de la guerra del Golfo y nunca vi nada igual", explica el doctor Adel Ahmiri, director del hospital de Hilla. "Las bombas de racimo --sostiene-- son las responsables de que mucha gente haya muerto o haya padecido amputaciones".

CUERPOS DESTROZADOS

Los médicos, enfermeros y conductores de ambulancia han quedado conmocionados por lo que ocurrió el lunes. "Recogías heridos, muertos, miembros arrancados", repite el chófer de una ambulancia. "A veces cogías brazos o piernas y no sabías a qué herido pertenecían. O agarrabas trozos de carne que era imposible saber de qué parte del cuerpo eran". "Llegaron camionetas en que había hasta tres capas de muertos y heridos, unos encima de otros", explica Hassan Sarmad, un enfermero.

Las habitaciones del hospital están abarrotadas de heridos: víctimas de amputaciones, quemaduras graves o con los abdómenes abiertos por la metralla. La mayoría son criaturas que, como Faleh Hassan, un chico de 13 años verán su vida lastrada por esas heridas. A Faleh, las bombas le arrancaron su mano derecha y le dejaron las piernas llenas de quemaduras.

"Estábamos en Abu Shams, nuestro pueblo, cuando empezaron a bombardearnos", relata el tío de Faleh. "Ha muerto tanta gente en el pueblo --explica-- que sólo hemos podido traer a la ciudad a los heridos. Hay muchos cadáveres que se han quedado allí. En algunas familias han muerto hasta 10 o 12 personas".

En la cama de enfrente, está el pequeño Brahim, un chiquillo de 6 años. Brahim está en medio de una cama que le viene grande, como enorme es también la herida de su estómago. Su madre, Zahra, se pregunta: ¿Por qué nos hacen esto? Mis tres hijos están heridos".

FAMILIAS ENTERAS INGRESADAS

Hay habitaciones ocupadas por familias enteras, como los Musa, cuyos siete hijos han resultado heridos. La madre, que tiene en el regazo a su hija pequeña, está en el suelo, entre dos camas que se reparten cuatro de sus hijos.

En la cuarta planta están los que han quedado abrasados. La mayoría son niños. Yacen allí, lanzando gemidos, con sus cuerpos cubiertos de piel calcinada.