Su primera reacción fue luchar, lanzarse a la Intifada.

Apenas amanecía cuando, tan pronto como se conoció la noticia, centenares de niños y adolescentes palestinos expresaron su dolor por la muerte de Arafat arrojándose enrabietados a las calles de Gaza, donde por todas partes, en los cruces y bocacalles, incendiaron neumáticos, volcaron contenedores, dispararon al aire y detonaron explosivos de poca potencia.

Era absurdo: los chiquillos se estaban rebelando contra el vacío pues no había por allí ningún soldado israelí. Era una revuelta contra un enemigo invisible; una Intifada contra sí mismos, contra el sentimiento de dolor y el poso de orfandad que ha dejado la muerte del único líder palestino que han conocido desde que nacieron.

Pósteres en los coches

El humo de los neumáticos tiñó de un color ceniciento la mañana en Gaza, donde todas las tiendas, colegios y edificios oficiales cerraron en señal de luto. Por las calles, la gente se repartía pósteres de Arafat que colocaban en sus coches.

Cientos de personas, casi todos jóvenes y pertenecientes a todas las facciones palestinas, se concentraron ante la Mukata de Gaza. Sobre una furgoneta, varios jóvenes lanzaban soflamas de fidelidad eterna a Arafat. "Todos hemos muerto con Abú Amar nombre de guerra del rais ", se desgañitaba un orador.

Este tipo de concentraciones se produjeron en casi todas las ciudades de Cisjordania y en los campos de refugiados de Siria y el Líbano. Por la noche, las manifestaciones fueron multitudinarias. En Gaza, un grupo de mujeres lloraba sin consuelo. "Hemos perdido a un padre, a un camarada, a un líder y a un presidente", dijo Faisa Haddad, una joven embarazada. "Sin él, lo hemos perdido todo. Nunca vamos a tener un líder así".

"Sin Abú Amar no hay futuro", clamaba entre sollozos Mahmud al Said, un joven de Fuerza 17, el grupo de élite encargado de la protección del presidente palestino. "Hemos perdido al padre de todos los palestinos", opinó.

Para otros, la pérdida del rais como padre era algo más que simbólica. "Estoy bloqueado; no sé qué hacer", explicó Haizam Arafat, que lleva ese apellido por ser uno de los 50 huérfanos adoptados por Arafat. "Mis padres murieron en Sabra y Chatila cuando yo tenía dos meses y Abú Amar se hizo cargo de mí", relató.

Decenas de encapuchados de las Brigadas de Al Aqsa pululaban por la manifestación disparando al aire. "Los israelís han envenenado a Arafat y nosotros vamos a vengarlo", clamaba un miliciano. Algunos lo intentaron. Ayer, tres palestinos murieron a manos de soldados israelís al intentar lanzar un ataque sobre el asentamiento judío de Netzarín.

Muñecos y marionetas

Pero siempre hay quien sabe cómo sacar tajada de la situación. En la mejor tradición fenicia, Tarik Abú Daia, propietario de una tienda de souvenirs, hacía su agosto. "Es un día triste para Palestina pero bueno para mi negocio", reconocía sin rubor este comerciante que mostraba unas marionetas del rais. En los últimos días, Tarik ha vendido un sinfín de camisetas y fotos del presidente palestino. "Los pósteres de Yasir Arafat --dice-- se acabaron ayer, pero aún me quedan camisetas. ¿Quiere una?"