CACERES

Al cumplirse un mes de protestas tan pacíficas que incluso animaron al Delegado del Gobierno a felicitarse por el sosiego de las manifestaciones, la retaguardia extremeña se ve convulsionada por el lanzamiento de ladrillos contra la sede del PP en Mérida.

Ha sido un mes de encierros, huelgas de hambre, caceroladas, lecturas de poemas, marchas, velas encendidas y manifestaciones multitudinarias como la que reunió en Cáceres a 5.000 personas sacudiendo la imagen de una ciudad desmovilizada y apática.

La última manifestación de Cáceres no había visitado la sede del PP por primera vez desde que se celebran los jueves pacifistas de Cánovas. Las protestas parecían centradas en la condena de la guerra y de quienes la apoyan, dejando a un lado la presión contra los líderes del PP. Pero todo ese esfuerzo pacífico y pacifista se puede ir al traste si vuelan ladrillos en la madrugada.

El ataque contra la sede popular en Mérida, además de la condena moral que merece cualquier violencia, es un dislate que distrae al movimiento pacifista extremeño de su objetivo central: unirse a la opinión pública mundial, cuya reacción no va a parar la invasión de Irak, pero sí hará más difícil la siguiente guerra preventiva.

No se puede proclamar la paz y lanzar pedradas porque es un acto de degeneración mental y porque algunos belicosos y algunos dogmáticos elevarán la anécdota a categoría: anunciarán que el pacifismo es sólo un pretexto para que los oportunistas inciten a la violencia contra el enemigo político y acabarán presentándose como las verdaderas víctimas de la guerra.