ESPAÑA: (18+25+11+16) Calderón (7), Navarro (20), Jiménez (4), Reyes (10), Garbajosa (20) -cinco inicial-, Marc Gasol (2), Berni Rodríguez (6), Mumbrú (-), Cabezas (1), Fernández (-) y Sergio Rodríguez (-).

GRECIA: (12+11+11+13) Diamantidis (4), Hatzivretas (-), Kakiuzis (17), Fotsis (7), Papadopoulos (2) -cinco inicial-, Spanoulis (4), Tsartsaris (-), Schortsianitis (2), Papaloukas (10), Dikudis (1) y Vasilopulos (-).

ARBITROS: Jungebrand (FIN), Moore (USA) y Estévez (ARG). Excluyeron por personales a Diamantidis (m.37).

INCIDENCIAS: Final del Mundial 2006.

España convirtió la final del Mundial en un juego de niños. En un combate descompensado. Por un lado estuvo la selección española, que se empleó en todo momento como un equipo con mayúsculas. Monumental. Soberbia. Por el otro, Grecia, que solo fue un candidato empequeñecido, borrado de la cancha de principio a fin. No hubo partido. No hubo final. O sí la hubo. Pero solo tuvo color rojo. La hizo suya España, que dominó todos los conceptos del juego y se proclamó campeona del mundo con una superioridad que no se había dado nunca en toda la historia del torneo.

Ausente Pau Gasol, Juan Carlos Navarro y Jorge Garbajosa se encargaron de tomar el mando de las operaciones, de asumir la responsabilidad. Era una cuestión de galones. Y lo hicieron con todas las consecuencias. Navarro acabó con 20 puntos. Los mismos que Garbajosa.

Pero sería injusto personalizar, porque ayer fue una cuestión de equipo en la que todos sumaron esfuerzos, convirtiendo los temores existentes el día anterior, cuando se confirmó la baja del jugador de los Grizzlies en una simple nube pasajera.

BLOQUE GRANITICO El primer tiempo de España resultó demoledor. Apabullante. En esos 20 minutos se escribió el desenlace, porque Grecia ya quedó KO para el resto del partido. Es difícil recordar alguna final en la historia del campeonato donde una selección se impusiera con tanta contundencia. La selección hizo muchísimas cosas bien, pero por encima del resto hizo una que fue sobresaliente: su granítica defensa, frente a la que el ataque de Grecia se estrelló una y otra vez, pese a que Panagiotis Giannakis lo probó todo.

Empezó con un pívot claro, Papadopoulos, para buscar acciones interiores. Jugó después con todos sus hombres abiertos y Kakiouzis y Dikoudis ocupando la falsa posición de pívot para abrir la defensa. Alternó en la posición de base a Papaloukas y Spanoulis para crear alguna acción de superioridad. Pero fue inútil.

España tapó todas sus vías de agua de una forma hermética y además encontró a un revulsivo inesperado en el banquillo, alguien que tenía más motivos que nadie para vaciarse ayer en el partido: Marc Gasol. Su aportación en la zona fue impresionante y la convicción que transmitió en todas sus acciones animó al seleccionador a mantenerlo en la cancha.

´JOGO BONITO´ En ataque, España recuperó la dinámica que la llevó hasta la final. Movió la bola. Corrió. Le dio velocidad al juego. Fue jogo bonito en estado puro. Y, además, encontró rápidamente al jugador que necesitaba: Navarro, que salió con la misma motivación que Marc, pero con la muñeca caliente.

En los primeros 10 minutos, España ya puso a Grecia contra las cuerdas (18-12). Pero lo del segundo cuarto fue para no creérselo. La selección limitó al equipo de Giannakis a cinco puntos en los siete primeros minutos, mientras que en ataque solo hizo que alimentar todavía más las diferencias: 12, 15, 17 hasta los 20 puntos del descanso (43-23), ante la cara de desconcierto del banquillo de Grecia, que con medio partido por delante ya se hizo evidente que tiraba la toalla. Que se encontraba sin reacción.

Aunque Kakiuzis lo intentó sin demasiada convicción (47-30), dos triples de Navarro y Garbajosa prácticamente consecutivos se encargaron de acabar con la escasa resistencia griega (54-34, m. 30), hasta tal punto que al encuentro le sobraron los últimos minutos, que solo sirvieron para que los jugadores de la selección española festejaran antes de tiempo el triunfo y pudieran ir asimilando los que estaban consiguiendo. Son campeones. El final de una larga travesía.