Una cortina impenetrable. Eso es lo que cerró ayer el Gobierno británico en torno a las investigaciones de la matanza terrorista de Londres, de la que se limitó a reconocer que el saldo de víctimas mortales era superior al medio centenar, tal como ya parecía claro casi 24 horas antes. Ni un indicio sobre las posibles pistas, ni un dato sobre la identidad de los muertos, se filtró de esa política de silencio, que empezó a ser criticada por no asumir cierto exceso de confianza en la capacidad de la policía para impedir un ataque de Al Qaeda.

De hecho, a principios del mes pasado, el MI5 (servicio secreto británico) aseguró confidencialmente a las grandes empresas que el peligro terrorista en Gran Bretaña estaba en su nivel más bajo desde el 11-S del 2001, de forma que la alerta de atentado había sido rebajada de "grave" (segundo grado) a "sustancial" (tercer grado).

Según el ministro de Interior, Charles Clarke, una alerta más elevada probablemente tampoco habría detectado a los islamistas. Pero lo cierto es que el esfuerzo de seguridad del Reino Unido estaba concentrado en la cumbre del G-8 en Escocia, donde gran parte de los 12.000 agentes desplegados para proteger Gleneagles procedía de Londres. Tras la masacre, 1.500 miembros de la Policía Metropolitana londinense fueron enviados urgentemente de regreso a la capital.

Muchos cuerpos sin vida

En cuanto a la transparencia de las autoridades policiales, el empecinamiento en mantener durante horas la absurda cifra oficial de dos muertos sólo agravó el drama de los familiares de las víctimas, que buscaban desesperadamente a sus seres queridos por los hospitales. Durante demasiado tiempo, ni siquiera reconocieron los portavoces que quedaban numerosos cuerpos sin vida por rescatar entre los hierros retorcidos.

Al final, como cabía esperar, el número de fallecidos (13) en el autobús destruido es más de seis veces superior al de la versión inicial, y el saldo definitivo de muertos será estremecedor si se cumplen los pesimistas pronósticos de algunos socorristas que han visitado el escenario dantesco del túnel en el que permanece un vagón reventado con numerosos cadáveres entre los restos. Los equipos de rescate afrontan el peligro de hundimiento de la galería y las emanaciones de sustancias nocivas, por lo que tardarán bastante en recuperar los cuerpos sin vida.

En el subterráneo, el panorama es "de un horror extraordinario", según el jefe de la Policía, Ian Blair. Empero, subrayó que "si Londres pudo sobrevivir al Blitz los bombardeos alemanes en la segunda guerra mundial, podrá sobrevivir a esto".

Célula operativa

Casi nada se sabe de los autores de la matanza, salvo que fueron varios, están relacionados con redes terroristas islamistas, han escapado o murieron en los atentados, y emplearon explosivos de alta potencia, quizá de uso militar. Pero el máximo secreto impuesto por los mandos policiales también parece esconder un profundo desconocimiento de la célula que cometió la matanza, que evidentemente sigue operativa en el Reino Unido. Lo que sí funcionó como la seda fue el gigantesco operativo de emergencia que Londres había ensayado durante años para una jornada tan dramática como la del 7-J. Desde el 11-S, la capital británica se preparó para lo peor, y cuando llegó supo responder.

También estuvo a la altura la reina Isabel II, que no suele manifestarse en público y ayer mostró su repulsa por los atentados en el Royal London Hospital. "En el Reino Unido estamos demasiado familiarizados con actos de terrorismo y miembros de mi generación, especialmente en esta parte de Londres, han visto cosas así antes", dijo.

La próxima, Roma

El temor general es que la próxima vez sea aún peor, y la red terrorista de Bin Laden ya ha puesto su punto de mira en otra urbe europea: Roma, a la que califica de "capital de los infieles" en un mensaje de Al Qaeda que amenaza con "lanzar fuertes ataques contra el Gobierno colaboracionista de los cruzados, los americanos, los enemigos de Alá, del profeta y de los musulmanes".

Ante ese peligro, la Unión Europea decidió acelerar la adopción de medidas contra el terrorismo y la presidencia británica convocó un Consejo extraordinario de ministros de Justicia e Interior, en el que Londres buscará un rápido acuerdo sobre el control de las telecomunicaciones. El Reino Unido también pidió la ayuda de policías españoles, en vista de su experiencia tras la masacre de los trenes del 11-M en Madrid.

Entretanto, los líderes del G-8 clausuraban su cumbre de Gleneagles con la única buena noticia de estos dramáticos días: un pacto para destinar 40.000 millones de euros más a los países pobres, duplicando lo que estaba previsto anteriormente. No obstante, no llegaron a ningún pacto sobre el cambio climático.