Manchester no durmió, sumida en un estado de profunda conmoción. A las siete de la mañana los helicópteros sobrevolaban aún el centro de la ciudad. La policía había acordonado no solamente el recinto del Manchester Arena, donde perdieron la vida 22 personas y otras 59 resultaron heridas, sino las calles colindantes. Las ediciones especiales de los tabloides británicos utilizaban las palabras masacre y carnicería para describir un atentado que tenía en su punto de mira a los más jóvenes, a adolescentes y niños que habían acudido a ver a su estrella favorita, Ariana Grande.

Resultaba imposible acercarse a la catedral, donde los artificieros habían realizado una segunda explosión controlada, ni a la estación de tren de Victoria. Los parkings exteriores de la zona, habitualmente atiborrados a esa hora, estaban semivacíos. Imperaba el silencio. Algunas empresas recomendaron a sus trabajadores que no acudieron a trabajar. Un gran número de policías patrullan el centro armado.

El Estado Islámico se atribuyó el atentado, obra «de uno de los soldados del califato» que se hizo explotar junto a una de las puertas de salida del estadio justo al acabar el concierto, cuando se encendieron las luches y empezó a salir el público. En el vestíbulo, junto a la zona de taquillas del estadio, muchos padres esperaban a sus hijos. Las identidades de las víctimas apenas se conococen, entre ellas la de un niña de ocho años y otra joven de 18. Entre los 59 heridos figuran una docena de menores de 16 años.

Fue, según los expertos, un ataque «meticulosamente preparado» que pone de manifiesto la vulnerabilidad de los espacios donde se concentra un gran número de personas, en este caso jóvenes, adolescentes y niños. La policía de Manchester confirmó a mediodía la detención de un hombre de 22 años de edad, en el sur de la ciudad, relacionado con el ataque. El autor del atentado fue identificado como Salman Abedi, un británico hijo de inmigrantes libios.

En una evacuación caótica del recinto, unos 50 niños fueron acomodados en el hotel Holiday Inn, donde más tarde pudieron reagruparse con sus familiares. Las escenas fueron especialmente dramáticas porque la explosión tuvo lugar en la zona de taquillas del estadio, donde los padres esperaban a sus hijos a la salida del concierto.

Algunos de los asistentes al concierto hicieron noche en los hoteles más cercanos al estadio, que abrieron sus puertas a quienes lo necesitaban. La mayoría eran jóvenes y menores de edad acompañados por sus padres. Sus testimonios ayudan a recrear el suceso. Joseph Harrys, de 17 años, fue al concierto con su mejor amiga. Sus padres estaban de celebración y fueron a un restaurante cercano y ellos fueron solos al concierto: «Acabó la última canción. Ariana estuvo espectacular. Entonces se apagaron las luces y se volvieron a encender. Oímos una explosión. Era fuera. Nos queríamos ir a toda costa».

«Pensábamos que había explotado un globo», explicaba Amy, de 13 años, vestida con la camiseta de la cantante. «Después no sabíamos hacia donde estábamos corriendo. Suerte de la gente que nos dio indicaciones», añadió. Amy iba acompañada de Hazel, mayor que ella

En el parque de Chapel Street, desde donde puede apreciarse una de las esquinas del Manchester Arena, Holy, madre de 43 años, atiende a diversos medios de comunicación sin despegarse de su hija de 10. «A mí me parecieron dos disparos. Seguidos. Bang, bang. Por eso pensé que alguien había disparado. Si ahora me vuelven a meter ahí dentro, no te sé decir por dónde salimos». Era el primer concierto al que asistía su hija: «Es su artista preferida. Me planteo si ella querrá volver a un concierto o no». Su hija, conmocionada, apenas articuló palabra.