He reflexionado sobre nuestra organización territorial al enfrentarme a la ordenación supramunicipal (´Monfragüe en los 80´), en investigaciones regionales como ´Extremadura Saqueada´ o ´El modelo extremeño en los 70´, el ´Estudio de O. T. Extremadura I´ en 1991 (primer cimiento de la legislación urbanística regional), o mi tesis sobre el papel mesopolitano de Badajoz, cerca ya del s. XXI. Apoyando mis experiencias en el análisis y ordenación urbano-territorial en Aragón, Navarra, Cataluña, La Rioja o Madrid, en 1995 hice un ejercicio de diagnóstico sintético que, como está en la red, ha sido bastante usado, no siempre citando al autor. Lo reviso hoy y encuentro que no ha cambiado mi posición. Al contrario, los errores (impulsados por el nacionalismo) cometidos en otras regiones la fortalecen.

Partiría de un presupuesto básico, primario, inspirado en un principio ecológico de Barry Commoner ("la Naturaleza sabe lo que se hace") que debería enseñarse a quien pretenda analizar u ordenar el territorio: "El territorio no es tonto", pues es fruto de la dialéctica entre Naturaleza y acción humana, que tampoco hay que despreciar. Y es que a veces se olvida que cualquier territorio a cuya ordenación nos apliquemos cuenta ya con una ordenación previa que básicamente funciona, que no responde al azar ni a un capricho irracional, sino que es producto de la evolución social; esto es a una determinada (y normalmente sensata) estrategia adaptativa. Que en una parte del territorio, hoy, la ordenación no responda a las necesidades actuales, no implica la obsolescencia del sistema. Por ejemplo, podríamos tomar los elementos fisicoquímicos del hombre, su ADN, y reconstruirlo a nuestro antojo produciendo una criatura teóricamente superior; pero el animal resultante no sería un hombre, sino un monstruo, adecuado para la vida en un mundo a su medida pero incapaz de insertarse en la sociedad existentes. De igual modo, el empirismo estrecho confunde la teoría con las técnicas, y desemboca en pesadillas de la razón: recuerdo cuando se proponía nada menos que dividir la Universidad de Extremadura en 10 o 15 campus, prácticamente uno para cada pueblo grande de la región.

Por otro lado el concepto de comarca, un notable instrumento analítico geográfico que el sociólogo Pattrick Geddes convirtió en técnica de planeamiento, como instrumento normativo no siempre es tan interesante. En muchos casos pueden tener mayor interés conceptos como la mancomunidad, la merindad, la parroquia, el área metropolitana, la conurbación, el corredor, el eje... o la milenaria provincia. Lo vimos en los 70 en el Bajo Aragón, en Extremadura (en ´El modelo extremeño´ ya se señalaba la necesidad de una provincia nueva) o en el Sur de Cataluña (en 1981 publiqué un ensayo en la revista catalana de economía ´Transición´, advirtiendo la urgencia de la provincia de Regió d´Ebre; un cuarto de siglo más tarde, tras el fracaso de la comarcalización nacionalista, el ´Informe Roca´, que ha puesto las cosas en su sitio, proponía crear esa provincia).

XTAMBIEN COMOx sociólogo, me parece más rico, orgánico, funcional, flexible y culturalmente cercano el concepto de mancomunidad, una estructuración de abajo arriba, desde la base municipal. Es el espíritu que ha marcado en la última década las políticas regionales de la Unión Europea, que piensa en NUTs para el análisis, pero actúa a golpe de mancomunidad: otra cosa son, en versión postmoderna, los modelos territoriales Leader. Cualquier ordenación comarcal abstracta, desde arriba, choca a menudo con la realidad social: corredores como las vegas de regadío (que han llevad en Aragón a cometer graves errores); hitos territoriales como el Parque de Monfragüe en Extremadura, el Moncayo en Aragón o la Sierra Urbasa en Navarra (zonas en las que estudié esas dificultades al hacer el planeamiento urbanístico-territorial); ciudades con una proyección que rompe cualquier linde administrativo (lo vi al estudiar el área metropolitana de Madrid, superpuesta a cuatro o cinco comarcas geográficas; y en Badajoz, que en sí no es una comarca, sino casi un país).

Yerra quien mire a Aragón, que a igual superficie y población tiene el doble de municipios, más de 1.500 entidades de población, la mayoría de menos de 500 habitantes, y muchas casi despobladas; y no digamos a Cataluña (tuvo 2.000 municipios a principios del s. XIX, y aún quedan casi 1.000, la mitad de menos de 1.000 habitantes). Porque si bien parece lógico intentar articular una organización territorial que supere esas minucias administrativas que son muchos de sus municipios, el verdadero motor de la comarcalización fue la obsesión pujolista por restaurar las comarcas y veguerías diseñadas en la II República.

Dudo que la comarcalización sea lo que Extremadura necesita. Además, ¿cuál de las numerosas divisiones imaginadas? Todas se reclaman racionales, y muchas lo son, desde las añejas de Gobernación, Agricultura, Educación y Ciencia, Hacienda, Trabajo, Justicia, Obras Públicas (Confederaciones Hidrográficas), cuyas demarcaciones a veces se superponen pero otras chocan, hasta la docena de comarcalizaciones surgidas de todos los estudios socioeconómicos realizados en la región. La propia Junta de Extremadura ha asimilado, rediseñado o diseñado ex novo un relativamente amplio número de comarcalizaciones y zonificaciones para estructurar a sus propios servicios y actuaciones: Extensión Agraria, SOF, Sanidad, SES, SEXPE...

XLA ANTIGUAx COPUMA hizo el primer intento de comarcalización fáctica con los estudios territoriales iniciados en 1983 con Monfragüe, al que siguieron Las Villuercas, Sierra de San Pedro, La Serena, Sierra Sur, etc. Y también son racionales, por funcionales, las de iniciativa privada (iglesia, eléctricas, telemáticas, comerciales, bancarias...); todo ello sin olvidar la docena de comarcalizaciones diseñadas en estudios ad hoc, casi todas ellas (no todas) surgidas del Departamento de Geografía de la Uex. Ese más de medio centenar de comarcalizaciones oscilan, en cuanto al número de unidades mínimas, entre 7 y 559. Y aunque todas son racionales, cada división territorial resulta funcional al 100% tan sólo para el objeto inmediato (sea de análisis, sea aplicado) para el que ha sido diseñada. En el momento en que se intenta aplicar en otros ámbitos, cualquiera de ellas empieza a dar problemas de homogeneización, y sobre todo de límites.

Hay que definirse, así que me apunto a la simplicidad del menos es más, fiel a mi vieja propuesta de cuatro provincias; con menos divisiones, o sea menor coste (burocracia, caciquismo), conseguimos más (una reorganización de los recursos más acorde a la distribución de la población y las actividades). Junto a Badajoz y Cáceres veríamos surgir una provincia de Entrerríos, o La Serena, con capital bicéfala en Villa-Benito de la Serena (en el futuro conurbada con Miajadas), y una provincia de Valles con capital en Plasencia, limitada por el Tiétar o Tajo. Implica gestiones complejas que salen del ámbito de decisión autonómica (a Cataluña y País Vasco no les haría gracia una Extremadura con cuatro circunscripciones); por eso sólo será posible cuando se revise la Ley Electoral. Reformas mucho más urgentes, a mi juicio, que la definición de si la herencia de la Corona debe recaer en alguien con, o sin pene.

Es tentador intentar resolverlo sin tocar nada que no pueda resolverse en el marco autonómico; es el error que ya han cometido catalanes, aragoneses y gallegos (estos se han metido en un berenjenal irresoluble). Y es que en España, siempre creativos y siempre amantes del melting pot desde los iberos, hemos sido capaces de lograr una casi imposible fusión entre la organización napoleónica, racional, hija de la Ilustración (las provincias) y el grito romántico de Heine en defensa del terruño (autonomías); pero luego tendemos a complicar las cosas y estropear nuestros mejores logros. En Extremadura estamos siendo bastante sensatos en muchas cosas; seámoslo también en esto: los experimentos, con gaseosa.

*Sociólogo