Ni el mejor del mundo ha podido combatir el caos que organizó Maradona en torno a Argentina. Ni el mejor, Leo Messi, ha salido indemne de ese desbarajuste que autodestruyó a la selección albiceleste, devorada por una majestuosa Alemania.

¿Y Leo? Se va en blanco del Mundial, como Rooney, como Cristiano, pero con la misma sensación de fracaso infinito. Como hace cuatro años, Alemania ha terminado con Messi. Entonces, estaba en el banquillo. Ayer, en Ciudad del Cabo, Messi completó los 90 minutos, un montón de disparos y ningún gol.

EL DOLOR DE LEO A cada gol alemán, y fueron cayendo, uno a uno, hasta cuatro, Maradona parecía mucho más viejo. A Messi le sucedió algo similar porque, una vez arrebatada la alegría de su fútbol, se transformó en un jugador más. Ambicioso --lo intentó hasta el último instante, pese al 4-0--, pero perdido. Perdido porque se ha ido de Africa sin festejar ni un solo tanto.

Cuando acabó el partido, Messi tenía la mirada perdida. Estaba aturdido. Incapaz de asimilar lo que había sufrido. Un equipo le había pasado por encima y lo envió a casa en 90 minutos de inacabable tortura. Aunque lo que le dolía a Messi era no haber sido Messi. Ahogado en la impotencia, salpicado de lágrimas, escondido en la intimidad de un vestuario roto.

"Messi ha jugado un gran Mundial. Verlo llorar en el vestuario... El que me diga que Lío no siente la camiseta es un estúpido", contó Maradona. "Me siento como si me hubiera dado un puñetazo Muhammad Alí. No tengo fuerzas para nada", dijo el técnico tras casi una hora de espera y sin hacer autocrítica. "Aún no sé si voy a seguir o no, tengo que hablar con mi familia", afirmó, añadiendo: "Me puedo ir mañana, pero me gustaría que estos chicos siguieran demostrado lo que son y haciendo ver el verdadero fútbol argentino".