El despertador suena a las 6.45 de la mañana cada día. Emilio Pérez se levanta, dedica un cuarto de hora a realizar ejercicios y a las siete se dispone a preparar el desayuno. Para él y para su mujer, Isabel. Ella, solo a veces, es consciente de que su marido se ha convertido en sus manos y en sus pies, también en su memoria. Tiene alzhéimer y necesita su presencia constante. Pero él tiene 82 años, cuatro más que su mujer. ¿Quién le cuida a usted? «Eso no lo he pensado nunca, en esta vida todo es querer, lo harás mejor o peor pero si quieres, lo haces», responde. Y su vida es cuidar a Isabel, ella es la razón sobre la que giran sus 24 horas del día.

Listo el zumo, el café y las tostadas, a las 8.10 llega una chica que ayuda a Emilio a levantar de la cama a su esposa. La asea, la viste y le da el desayuno recién preparado y a las nueve vienen a recogerla para acudir al centro de día de la Asociación Extremeña de Familiares de Personas con Alzhéimer (Afaex) en Badajoz. «Antes la llevaba yo, pero ya no se pone de pie sola, tiene que ir en la silla». Isabel pasa toda la mañana en el centro de esta asociación y a las 13.30 horas vuelve a casa. La vuelven a traer. En ese tiempo, Emilio sale a andar, va a hacer la compra, prepara la comida, tiende la lavadora,... «antes le tocaba a mi mujer hacer todas las cosas y ahora me toca a mí». Y lo seguirá haciendo mientras pueda. «Trato de pensar poco y estar ocupado constantemente porque si me paro a pensar, me hundo». Conoce a fondo esta enfermedad, porque ya cuidó de su suegra también con alzhéimer durante 15 años. «Sé muy bien a lo que me enfrento».

El matrimonio tiene tres hijos, pero «ellos tienen que vivir su vida y disfrutar como ya lo hice yo», reflexiona. «Mientras pueda, seguiré cuidándola en casa, donde hemos vivido siempre. Isabel tiene momentos de lucidez y no quiero ni pensar en llevarla a una residencia. Póngase en su lugar, una persona lúcida por un momento que se ve sola en un sitio desconocido. Yo me vendría abajo. Es una cuestión de mentalidad, de ponerse en el lugar de esa persona y así se lleva perfectamente». Dice que respeta la decisión de cada uno, pero él personalmente prefiere el calor de su hogar. «Me gusta el ambiente familiar, hay personas que prefieren quitarse trabajo, pero yo mientras pueda me quedo en mi casa, no es ningún sacrificio; el día que no pueda, me fastidiaré».

Emilio asume los cuidados y también el coste que ello supone. «Me dijeron hace tiempo que en noviembre llegaría alguna ayuda de la dependencia, pero no hemos recibido nada».

Las tardes las pasan juntos. «No me puedo separar de ella porque me está llamando cada dos por tres. Vemos una película y los lunes y los miércoles viene a casa una fisioterapeuta a darle masajes». Sobre las ocho de la tarde, Emilio vuelve a meterse en la cocina. Es la hora de preparar la cena. A las 21.30 horas regresa la chica que tiene contratada para ayudarle a llevar a Isabel de nuevo a la cama. Él volverá a levantarse mañana a las 6.45.