Periodista

Políticos y periodistas de toda Europa participaron el 9 de febrero del año pasado en Cáceres en la cumbre de ministros de Exteriores de la Unión Europea en la que los Quince ultimaron un plan de paz basado en un Estado palestino. El próximo 26 de marzo la ciudad servirá de sede para la celebración del II Congreso Mundial del Jamón, una cita fundamental para el desarrollo económico de Extremadura, que aglutinará a más de 400 empresas y 150 investigadores del sector del porcino, cada día más en alza.

Son sólo dos ejemplos de la indiscutible proyección internacional de Cáceres, una ciudad que ha sabido salir del ostracismo a la que durante tantos años ha sido injustamente sometida, sin perder su esencia de perfecta capital de provincia. Es precisamente esa esencia la que hace a Cáceres una ciudad única y universal, por sus contrastes, por su cercanía y, sobre todo, por sus cacereños, eternos funambulistas contra el olvido incomprensible y rutinario del Estado, que extendió entre nosotros aquella fatídica idea de que Extremadura era sólo una, y no dos, cómo siempre nos enseñaron en la escuela.

Aunque olvidada y herida, Cáceres ha sabido atrincherarse a su muralla, que ahora comienza a destaparse --como lo hicieron las chicas de ´Interviú´ en la Transición--, para enseñarse al turista desnuda y descarada. Puesta a salvo, hasta los japoneses se rinden a nuestros pies y abren restaurantes en la ciudad de la Unesco, patrimonio de la humanidad, tercer conjunto monumental de Europa y mil veces plató cinematográfico de los más prestigiosos directores.

Y si poéticamente Cáceres es una ciudad de verbo fácil, no es difícil encontrar mil razones para quererla y muy pocas para detestarla. Inteligente y serena, mezcla con maestría su carácter carpetovetónico con su alocada concepción de la noche, que la vuelve canalla y deslenguada. Y si Cáceres se hace grande con sus incomparables manifestaciones religiosas, no duda en salir a la calle para pintar sus manos de blanco contra la barbarie de la sinrazón, o para mezclarse con todas las razas en la primavera musical del Womad.

Dominguera y solidaria, Cáceres es la ciudad que nunca duerme. Amante del paseo, de la charla en Cánovas, del café de Pintores... siempre hay cacereños que te reciben y te escuchan y convierten su ciudad en tu casa. Ahora que sueña con el AVE y la autovía, que su industria crece y se moderniza, que se expande y deja atrás su rancio discurso provinciano, es cuando se hace manzana apetecible y mordedora. Cáceres, luminosa y fugaz, es el puerto al que siempre me apetece regresar.