Mónica Murillo siempre sintió pasión por las ciencias, pero el gusanillo de la investigación no le picó hasta que se puso con el trabajo de fin de carrera. Es doctora en Ingeniería Agrónoma y aunque nació en Barcelona, se trasladó a Extremadura con su familia cuando tenía 17 años. Con una beca de formación de la Junta, comenzó investigando en la mejora de pastos y el control de la erosión en la dehesa y pese a que se ha centrado en otros ámbitos a lo largo de su carrera, la mayor parte de su trabajo está dirigido a la mejora de la gestión en áreas de dehesas en el Instituto del Corcho, la Madera y el Carbón Vegetal, perteneciente a Cicytex. Durante 18 años ha pasado por dos becas y varios contratos anuales, «siempre con el miedo del posible despido», pero en 2015 su situación mejoró y es indefinida. «Eso me ofrece una mayor estabilidad aunque tampoco garantiza nada; siempre estamos expuestos a la disponibilidad de fondos y después de tantos años de inestabilidad, ese miedo no desaparece». Dice que la mujer científica está adquiriendo cada vez más relevancia: «hoy en día tienen las mismas oportunidades y capacidades para llegar al mundo de la ciencia, sin embargo, sigue siendo más difícil para nosotras llegar a alcanzar ciertas metas laborales». Reconoce que en algún momento puntual se ha sentido tratada de forma diferente por ser mujer, pero «he sido afortunada, las principales limitaciones que he encontrado por el camino son las que yo me he impuesto».