"Estás loca, qué van a decir en el pueblo". Este tipo de comentarios fueron más que habituales cuando, hace unos siete años, Fidela Dorado decidió cambiar de aires y volver a su tierra para hacerse autónoma. Natural de Villarta de los Montes, Fidela llevaba "media vida" en Madrid, donde se trasladó después de casarse, dedicándose fundamentalmente al cuidado de sus hijos.

Pero ésta no ha sido, ni mucho menos, la única ocupación de una mujer que es "pura dinamita", como quedó demostrado cuando participaba simultáneamente en 17 asociaciones. "Y de forma muy activa, incluso formando parte de las directivas de muchas de ellas", apunta. Sin embargo, con sus hijos "ya mayorcitos", Fidela decidió cambiar el oficio de "criada gratis" por la gestión de las tierras que había heredado de sus padres.

Además, a pesar de ser emprendedora novata, no dudó en acometer cuantiosas inversiones para adquirir nuevas propiedades, a la vez que acondicionar adecuadamente una casa rural. Así, en la actualidad Fidela se ocupa de varias fincas de secano y regadío, una explotación ganadera compuesta por cerdos y ovejas ibéricas y los asuntos derivados de su empresa hostelera.

ESFUERZO RECOMPENSADO Aunque reconoce que tal diversificación laboral le supone un gran esfuerzo, con jornadas que a veces se prolongan hasta la madrugada, el exceso de trabajo no intimida a Fidela. "Al contrario, todo lo que hago me encanta y pienso seguir mientras pueda. Lo que me fastidia es, por ejemplo, que los que dirigen nuestra tierra no la conozcan o no encontrar gente con ganas de trabajar para poder ampliar el negocio", declara.

Dificultades aparte, esta mujer "tres en uno" (empresaria, agricultora y ganadera) no cambiaría por nada su decisión --"es lo que he elegido, algo que me gusta y que me ha costado conseguir", explica--, ni la calidad de vida que el entorno rural le proporciona. Por el contrario, muy distinta es la motivación de Damiana Redondo, vecina de Moraleja y primera afiliada a UPA-UCE, para dedicarse a la agricultura, si bien ambas coinciden en el contacto directo con el sector agrario.

Damiana ostenta la tituralidad de unas 13 hectáreas de regadío y más de un centenar de secano y, aunque el grueso del trabajo lo desempeña su marido, las tareas agrícolas no constituyen ningún secreto para ella. "Llevo desde los nueve años trabajando en el campo con mis padres y he hecho de todo un poco, desde regar hasta cuidar al ganado --también tiene vacas y cerdos--", afirma.

En su caso, la relación con el ámbito agrario vino propiciada más por tradición que por su propia elección. Por ello, aunque en más de una ocasión ha trabajado al mismo nivel que cualquier hombre, destaca la severidad del campo por encima de sus bondades. En cambio, Catalina García, miembro de la directiva de UPA-UCE y titular de unas 50 hectáreas de viñedo y cereal en Ribera del Fresno, considera el sector agrario una buena alternativa para asentar a la mujer en el medio rural.

POR DECISION PROPIA Si bien hoy en día su labor se centra en el trabajo sindical, Catalina también está acostumbrada a colaborar en el campo desde pequeña. Sin embargo, fue ella quien decidió seguir relacionada con el sector (ha estudiado ingeniería técnica agrícola) y continúa echando una mano "cuando hace falta". Aunque esporádico, el trabajo físico que exige una explotación agraria no le supone ningún problema.

No obstante, Catalina reconoce dedicarle cada vez menos tiempo, por sus obligaciones tanto profesionales como personales, ya que tiene dos hijos pequeños. En ese sentido, denuncia la ausencia en el mundo rural de algunos servicios básicos para la mujer trabajadora, como las guarderías. En cualquier caso, asegura no arrepentirse de haber escogido el ámbito agrario, en el que, según afirma contundente, nunca se ha sentido discriminada por ser mujer.

Y es en este punto en el que tres agricultoras tan diferentes coinciden plenamente: la ausencia de cualquier sensación de menosprecio. Eso sí, cada una ofrece su propia explicación y si para Catalina es consecuencia del respeto masculino, Fidela interpreta que se trata de "no dejarse achantar". Por su parte, Damiana lo considera normal: "Somos muchas las que trabajamos en el campo. Nunca me sentí especial", aclara. Muchas sí, pero también un tanto invisibles . Aunque cada vez menos.