Lleno en San Juan, lleno en los adarves, lleno en la plaza... Quien se pregunte por qué la Semana Santa cacereña ha alcanzado el máximo reconocimiento, ayer tuvo la respuesta. Centenares de cofrades de los Ramos, el Nazareno y el Amor recorrieron el casco viejo con los seis pasos del Domingo de Ramos, envolviendo a miles de cacereños y turistas (han llegado tantos que han desbordado las previsiones) en aromas de incienso y rosas frescas que azuzaban los sentimientos. Las tallas, impecables. El buen gusto en la ornamentación de las hermandades cacereñas, con una elegancia serena, también merece el mayor de los títulos.

No hay Domingo de Ramos sin La burrina . El paso diseñado por Jaime Martrús i Riera en 1946 salió de ACISJF al filo de las doce del mediodía, con un largo cortejo de palmas, filas interminables de niños y un centenar de hermanos distribuidos en tres turnos de carga, dirigidos por Antonio Bazo como jefe de paso, todo un veterano pese a su juventud. La Banda Romana de Cornetas y Tambores de los Ramos y la Banda Municipal de música acompañaron al cortejo, que ayer discurrió ligeramente más rápido y a las 14.30 ya estaba recogido en San Juan.

Al atardecer se producía otro de los momentos que más complacen a los cofrades cacereños: la preparación de la primera salida de la hermandad de Jesús Nazareno, con seis siglos de antigüedad, una oportunidad para el reencuentro. Santiago se convirtió en un frenético ir y venir de túnicas malvas y capas blancas. Largas hileras de hermanos de carga se alineaban en las traseras del templo formando los relevos. Niños y hermanos de escolta se distribuían aquí y allá para ayudar con su buena voluntad.

A las siete comenzó la procesión llamada 'del silencio' con quinientos nazarenos. El paso 'Señor Camino del Calvario', una bella composición formada por la Verónica (1903) y La Caída (1956), abrió el cortejo con dos turnos de carga. Detrás, el Santísimo Cristo de los Milagros (XVI), una talla histórica que los niños portaron orgullosos sobre un nuevo tapiz de claveles blancos. Finalmente, la Virgen de la Misericordia (1927), cotitular de la cofradía, con su palio esplendoroso de doce varales, largo manto de terciopelo y oro, rosas y matiolas blancas, y profusión de velas. Al llegar a San Juan, el Coro Rociero y la Banda de Diputación dedicaron a la imagen mariana Callejuela de la O , con letra de Cesar García.

Mientras tanto, la cofradía del Amor avanzaba por el casco viejo acompañando a su Señor de las Penas, un ecce homo antiquísimo de Pedro de la Cuadra (XVI) iluminado por el fuego real de un pebetero, y también a su paso infantil de la Dolorosa Esperanza. "La Semana Santa es posible gracias a vosotros, a los hermanos. Salgamos a las calles sintiendo y meditando lo que vamos a representar", les dijo su mayordomo, Angel Manuel Rojo, antes de traspasar las puertas de Santa Gertrudis. Y así lo hicieron. Los cofrades volvieron a mantener el orden y el silencio que caracteriza al Amor.

La talla estrenó una ornamentación de gerberas amarillas y anaranjadas para endulzar el drama que representa: Jesús en el patio del pretorio ante las dos columnas de la flagelación, la corona de espinas y por primera vez un manto romano. Al cierre de esta edición, todos los pasos retornaban a los templos.