Pocas cosas resultan tan tristes como un niño enfermo, aunque se trate de un simple resfriado. Pero la situación empeora sensiblemente cuando la enferma es su mente. Los datos sobre depresión infantil y trastornos del estado de ánimo varían en los diversos estudios internacionales dedicados a este tema --unos los sitúan en torno al 5% de la población infantil, otros doblan este porcentaje, en ocasiones se establecen distintos niveles de incidencia por tramos de edad, etcétera--, pero los profesionales de este ámbito coinciden en su análisis: se trata de un fenómeno cada vez más frecuente. Parece que no hay lugar para la discusión, los niños también sufren depresiones y, cómo no, lloran.

En esta percepción coinciden las doctoras Ana Hernández y Blanca Lusilla, ambas psiquiatras con una amplia experiencia y formación en el ámbito de la psiquiatría infanto-juvenil --que no existe como especialización médica en España--, que trabajan en el Centro de Salud Mental Infanto-Juvenil de Cáceres y el Centro de Salud Mental de Plasencia (a la espera de que se concrete la creación de uno específico para niños y jóvenes en esta localidad), respectivamente. A su juicio, uno de las principales dificultades en este ámbito es la "dificultad del diagnóstico", motivada tanto por las carencias comunicativas de los niños para explicar lo que les pasa, tanto como por el lugar secundario en el que tradicionalmente se ha situado este problema.

De hecho, prácticamente hasta los años 60 no se consideraba la depresión infantil como una enfermedad, según detalla la doctora Lusilla. "Este es uno de los motivos fundamentales del aumento de la detección de este problemas que estamos experimentando, aunque también es verdad que ciertos factores de la sociedad actual (cambios en el modelo familiar, educativo...) pueden acentuar este fenómeno", añade.

Tanto es así que se están detectando trastornos del estado de ánimo en niños cada vez más pequeños (de solo tres años, por ejemplo) e incluso se ha reconocido, en diversos estudios clínicos, la depresión en bebés --denominada anacrítica--, según puntualiza la doctora Hernández. Al igual que las causas, los síntomas son muy diversos --desde el llanto y la irritabilidad a la falta de apetito o de sueño-- y dependen de la edad. Según avanza la edad, el cuadro se complica con elementos como la baja autoestima o la tristeza, que son más frecuentes en la adolescencia, cuando además aumentan preocupantemente las tasas de suicidio.

Actualmente, son los pediatras y los médicos de atención primaria quienes inicialmente detectan los trastornos del estado de ánimos en jóvenes y niños y los derivan a los Centros de Salud Mental. En sus problemas, destacan Lusilla y Hernández, influyen muchos factores externos, sobre todo el entorno más cercano (familia, colegio...). Por ello, consideran fundamental distinguir entre la atención de la salud mental de los niños y jóvenes (que varía en función de cada caso y puede incluir desde juegos hasta medicación) a los adultos, para lo que resulta imprescindible la creación de más centros de atención infantojuvenil. Todo sea porque los niños lloren lo menos posible.