TYt en esto, Manuela Ferrerira Leite perdió la compostura. La candidata a la Presidencia del Gobierno portugués por el Partido Social Demócrata-PSD (centro derecha), contestó a José Sócrates, el también candidato por el partido socialista y actual primer ministro, con un gesto tenso, crispado, agresivo.

Ferreira Leite es una mujer adusta, de carácter (los analistas políticos portugueses le alaban, precisamente, su "carácter"), da un aire, también físicamente, a Margaret Thatcher. De verbo tajante y mirada altanera, condescendiente. Así miró a Sócrates (cuando se dignó a mirarlo) en el debate que tuvieron en la televisión portuguesa los dos líderes el pasado sábado. Y con esa actitud llevaba el duelo dialéctico ante las cámaras: con indulgencia, como una profesora perdona a su alumno sus opiniones inconsistentes. Hasta que perdió la compostura. Fue cuando Sócrates sacó a colación que el PSD, si llega al Gobierno, quiera paralizar el AVE Madrid-Lisboa. Sócrates tiró de papeles. Le recordó con los documentos de la época mostrándolos a la audiencia, su incoherencia, puesto que fue su gobierno, del que ella formaba parte como ministra de Hacienda, el que aprobó la línea de Alta Velocidad Madrid-Lisboa en el 2003; y fue su gobierno el que impulsó los primeros trámites administrativos, sin que ella pusiera objeción alguna.

Ferreira Leite pudo contestar a Sócrates hablando de las difíciles condiciones por las que atraviesa el país; pudo hablar de oportunidad: eso de que "ahora no toca", que tanto le gusta a los políticos; de que la línea ya va con retraso y de que otro retraso podía ser explicado... Pero no lo hizo. Cualquiera de esas respuestas llevaría implícito el mensaje de que quiere el tren. Pero Ferreira no quiere el tren. Al tren no le dio la más mínima oportunidad. Es más, se esforzó en dejar claro que con ella no hay AVE. Porque para ella el AVE no es una cuestión económica, sino de soberanía de la nación. "No me gusta que los españoles vengan a Portugal a hacer política", dijo con un tono acerado, cortando las palabras con una radial, como si el proyecto no fuera en beneficio mutuo, sino una imposición española. Ferreira, embalada y con el dedo estirado, añadió: "Y dígale a sus camaradas (sic) españoles que dejen de presionarme a mí; que se han reunido en Elvas alcaldes socialistas españoles y alguno portugués para exigirme que cambie mi opinión con respecto a la Alta Velocidad. Que dejen de presionarme. No voy a consentir que Portugal sea tratada como una provincia de España".

A partir de ahí, todos los razonamientos fueron en vano. En vano Sócrates le habló de la oportunidad que suponía la línea para los dos países ("Prefiero que la Alta Velocidad llegue a Lisboa a que se quede en Badajoz", dijo). En vano. Porque la posición de Ferreira es inmune a los razonamientos políticos. Ella con el AVE no hace política, hace nacionalismo. Identifica al AVE con España y a España con una amenaza.

A esta línea ferroviaria --la que tanto representa para el progreso de Extremadura-- le ha tocado la china de convertirse en el pretexto para que un partido con posibilidades de gobierno en Portugal pretenda arañar votos apelando a lo más oscuro del alma de los pueblos: el miedo a los demás. Apañados estamos como gane.