Carmelo Bella falleció sólo dos días después de cumplir los 22 años. Había pasado el fin de semana con su familia en un momento duro, ya que a su padre le acababan de diagnosticar una grave enfermedad. El domingo, antes de salir hacia Madrid, donde se estaba formando para trabajar como administrativo del Cuerpo, su madre le volvió a repetir la cantinela: "Hijo, ten cuidado, mira todo lo que está ocurriendo... Siempre puedes trabajar en otra cosa". Y Carmelo le respondió: "Tranquila madre. No tiene por qué pasarme nada. Es cuestión de mala suerte". Apenas 20 horas después, era una víctima más del terrorismo.

Así lo recuerda su hermana, Loli, que entonces tenía 26 años y se preparaba las oposiciones de Magisterio en Madrid. "Me enteré a través de la radio, escuchando a Victoria Prego. Enseguida supe que le había tocado a él", confiesa. Inmediatamente cogió un taxi y se fue a buscar a su padre, que estaba ingresado en Talavera. "Cuando llegamos, la Guardia Civil lo había preparado todo para desplazarle. Aquellas dos horas de camino a la capital no se las deseo a nadie", afirma. De hecho, avisa de que el dolor no se olvida y que desde entonces todo comenzó a ir a peor. "Mi padre falleció unos meses después. Mi madre, debido a aquel ruído, dejó de escuchar; era una persona muy sociable y alegre, pero desde entonces la pena se apoderó de ella; mis hijos apenas la han visto sonreir", explica antes de reconocer que todo eso la obligó a abandonar su sueño de ejercer como educadora: "Tenía que cuidar de ella y no me deja separarme de su lado porque teme que a mí también me pase algo. Ni siquiera quiere que vaya a las manifestaciones. Dice que no sirve de nada, que mi hermano no va a volver".

En el caso de Manuela Lancharro la vida también le dio un gran vuelco. "Aún trato de no olvidar su sonrisa, su voz, sus ojos...". Ella, con 16 años, era la menor de cuatro hermanos y Antonio era "mi protector". Confiesa que existía gran entelequia entre ambos: "Eramos confidentes. El me lo contaba todo, y yo a él".

Se enteró de la noticia en un centro comercial de Sevilla, donde residía su hermano mayor. "Nos avisaron por megafonía; a mi padre ya se lo habían dicho en Monesterio, aunque fueron momentos de mucha incertidumbre y hasta el mediodía no se lo comunicaron. A mis padres les destrozaron en vida. Tuvimos que luchar para que no se hundieran".

Manuela asegura que fue el peor momento de sus vidas. "Yo me vi perdida. Fue una adolescencia muy complicada. No sabía dónde refugiarme y dónde encontrar explicación. No sabía qué estaba bien y qué estaba mal, ni por qué habían matado a mi hermano...", rememora antes de reconocer que "en cada atentado hemos tenido a mi hermano presente; realmente es como si hubiese ocurrido ayer".